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¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?” Hageo 1:4

Conforme a las Escrituras, por decreto del rey medo-persa Ciro, muchos israelitas volvieron del cautiverio para reedificar el templo en Jerusalén. Al tratar de hacerlo encontraron una terrible oposición, a punto tal que les tocó desistir en su propósito, (Esdras 1-4) ¿Qué hicieron los judíos? ¿buscaron a Dios para que les ayudase? No, se acomodaron a la situación y se dedicaron solo a buscar sus intereses materiales, trayendo sobre sí miseria; pues su real bienestar estaba en restaurar su comunión con Dios con la reconstrucción del templo, figura del celestial. Dios usó a Hageo para hacerlos salir de su letargo y reiniciar, para su bien, la obra.

Hoy, el templo es la iglesia, pero entiéndase por iglesia al conjunto de personas que por la obra hecha por Cristo son adheridas a Él, momento también llamado nuevo nacimiento. El cuerpo en su totalidad es llamado templo de Dios (1 Co. 3:16-17), mas también cada miembro es llamado templo del Espíritu Santo (1 Co. 6:19). El templo en su totalidad necesita, así como el templo de Jerusalén necesitó, ser edificado. ¿Quién lo hace? Dios lo hace, y Él promete perfeccionar a cada miembro, para que su iglesia en conjunto sea perfecta (Fil. 1:6) Pero, ¿cómo lo hace? Trabajando con todos sus atributos mediante su santísima Palabra; en primer lugar, pasando de muerte a vida a sus escogidos esparcidos por todo el mundo (Ef. 2:1-2; Ap. 7:9), y en segundo lugar, haciendo que todos lleguen a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4:10-16).

Ahora, aunque la obra es 100% de Dios, y toda la gloria es para Él, algo no debemos pasar por alto, Él usa a cada uno de sus miembros, llamados también piedras vivas de acuerdo con su don para edificar su casa espiritual (1 P. 2:4-5) Mas estas piedras vivas, aunque nuevas criaturas, aun poseen el viejo hombre, contra quien tienen una lucha sin cuartel (Gal. 5:16-17; Ro. 7:7-25), ¿y qué con ello? Pues que en esa lucha, tal como aconteció con los judíos, si se mira más lo que hace el enemigo que lo que Dios hace, puede llegar el desánimo y caer en la tentación de ser negligente en lo que es prioritario, su edificación espiritual, y dar importancia casi que solo a lo que es temporal, trayendo como resultado una vida miserable, sin gusto, sin alegría, vencidos cuando deberían ser vencedores.

¿Está pasando esto con alguno de ustedes? si en verdad es un hijo de Dios, si el Espíritu Santo mora en verdad en usted, ¿continuará en esa vida miserable? ¿No se humillará como los judíos, y continuará buscando la perfección? Si no lo hace usted no es de Dios, pero si lo hace, Dios está en usted, y las palabras dichas a los judíos también son para usted: “…Yo estoy con vosotros, dice Jehová.” Hageo 1:13

 

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