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La necesidad de la expiación

La necesidad de la expiación

¿Para qué la muerte de Cristo? ¿Era necesaria la muerte de Cristo? ¿Por qué escogió Dios este camino para cumplir su propósito redentor? ¿Por qué el sacrificio del Hijo de Dios? Responder a estas preguntas tiene sentido, porque son varias y contradictorias las respuestas que se han dado a ellas. (Foto: Diane Brennan/Flickr).

 

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La necesidad de la expiación

La pregunta que nos hacemos hoy es la siguiente: ¿Qué fue lo que el Señor Jesucristo logró cuando murió en la cruz? Este acto fue una transacción entre el Padre y el Hijo, de eso no puede haber duda, porque Cristo se ofreció a sí mismo a Dios, y así logró la redención. ¿Qué quiere decir esto? Es importante entenderlo, porque ahí está la gloria de Dios y la esperanza del pecador.


Por no ocuparnos debidamente con este centro del cristianismo, corremos el peligro de volvernos una secta. ¡Tantas novedades que han entrado para desviar nuestra atención de lo esencial! Tenemos que tener el centro completo del cristianismo presente y visible en nuestro pensamiento, práctica y testimonio a todo momento. Piense en el siguiente conjunto de enseñanzas bíblicas: revelación, Dios, creación, el hombre, ley, pecado, la caída, depravación, incapacidad, gracia, elección, Jesucristo, redención, Espíritu Santo, regeneración, llamamiento, fe y arrepentimiento, justificación, unión con Cristo, santificación, ley, adopción, oración, iglesia, evangelización, santidad, buenas obras, glorificación, reino de Dios. Algo menos que esto constituye una deformación y una deficiencia de la verdad salvadora divina. Nos deja en el peligro de ocuparnos con algo menos de lo que es auténticamente cristianismo y evangelio.

Claro, es a la luz de la doctrina de Dios, el autor y la fuente de la salvación, que tenemos que mirar la redención que Cristo obró. No debemos perder de vista nunca los temas anteriores.

 

¿Para qué la muerte de Cristo? ¿Era necesaria la muerte de Cristo? ¿Por qué escogió Dios este camino para cumplir su propósito redentor? ¿Por qué el sacrificio del Hijo de Dios? Responder a estas preguntas tiene sentido, porque son varias y contradictorias las respuestas que se han dado a ellas a lo largo de la historia de la iglesia.

1. Unos han respondido que la expiación no era necesaria.

• Duns Escoto (1266-1308) afirmó que la expiación no era necesaria de un modo inherente (unida inseparablemente a Dios), sino que fue determinada por la voluntad arbitraria de Dios, se desconoce así el valor infinito y objetivo de los sufrimientos de Cristo.

• Socinio (1525-1562) no admitía que Dios exigiera que el pecado fuera castigado absoluta y severamente.

• Hugo de Grocio (1583-1645) negó la necesidad de la expiación con base en el argumento de que la ley de Dios es un edicto positivo de su voluntad, el cual Dios puede hacer flexible o dejarlo de lado. Eso hace innecesaria la cruz.

2. Necesidad Hipotética (relativa): Que Dios habría podido perdonar el pecado sin necesidad de la expiación y propiciación. Existen otros medios para Dios, para quien todas las cosas son posibles.

Pero este camino fue el que escogió Dios en su gracia y sabiduría soberana. Pero que no hay nada inherente a la naturaleza de Dios, ni a la naturaleza de la remisión del pecado que haga indispensable el derramamiento de sangre.

3. Necesidad absoluta. La expiación es absolutamente necesaria; es el único medio por el que Dios puede perdonar el pecado y al mismo tiempo satisfacer su justicia. Pero necesidad absoluta es el resultado del decreto de Dios para salvar a muchos por su libre y soberana gracia. Porque estrictamente hablando, salvar a los perdidos no era una necesidad absoluta para Dios. Dios no estaba obligado a perdonar, a reconciliar, ni a redimir.

El concepto de necesidad absoluta de la expiación es el resultado de que Dios en su soberana voluntad y libre gracia, habiendo escogido a muchos para vida eterna, en virtud de esa elección que hizo, se encontraba bajo la necesidad de llevar a cabo este propósito redentor, mediante el sacrificio de su propio Hijo. Le era necesario lograr esta salvación que se había propuesto por medio de una satisfacción, que únicamente podía ser alcanzada por medio del sacrificio substitutivo de Cristo, Cristo tomando el lugar del pecador.

 

Nos hacemos, entonces, las siguientes dos preguntas:

1. ¿En qué está motivada la expiación? En otras palabras, ¿en que está motivada la entrega vicaria de Cristo?

La Sagrada Escritura, de forma precisa, declara la expiación en el perfecto amor de Dios (Jn. 3:16). Dios ha establecido su amor inquebrantable, eterno, sobre una incontable multitud, y es en el propósito determinado de este amor que lleva a cabo la expiación. Que la expiación esté motivada en el amor eterno de Dios, demuestra que la expiación no se gana; no hay algo que pueda persuadir el amor de Dios para perdonar. Todo lo contrario, es el amor de Dios lo que produjo la expiación. Esto nos permite confrontar la idea de que la expiación es un conflicto entre Dios y Cristo: Dios como Juez implacable/ Cristo como víctima inocente, tratando de persuadir a Dios para que tenga misericordia.

La muerte de Cristo es por el determinado y anticipado conocimiento de Dios, motivado en su amor, pero que a la vez Cristo lo asume de manera voluntaria, generosa, en acuerdo con el Padre (Jn. 10:17-18). Pero que la expiación esté motivada en el amor de Dios no significa que Él deje a un lado su justicia (Ro. 3:24-26). Dios, motivado en su amor, se propuso perdonar a los pecadores, pero los perdonó con justicia, es decir, sin pasar por alto el pecado (Dios no puede cerrar sus ojos ante el pecado). Entonces para lograr esto, Dios resolvió dirigir contra sí mismo, en la persona de su Hijo, todo el peso de su justa ira que los pecadores merecemos.

2. ¿Por qué era necesaria la expiación? ¿Por qué el sacrificio del Hijo de Dios?

a. La expiación se hace necesaria en virtud de la santidad y justicia de Dios. Dios no puede pasar por alto el desafío que representa el pecado para su majestad, para la perfección de su naturaleza. El pecado no es solamente la infracción de la ley moral de Dios, sino que mucho más, porque la esencia del pecado es hostilidad contra Dios (Ro. 8:7). Es eliminar a Dios, independizarse de Dios, para tomar el lugar de Dios.

Independizarse de Dios, tomar el lugar de Dios es la esencia del pecado del primer hombre, Gn. 3:4-5. Ser como Dios, ser igual a Dios, fue lo que en definitiva, animó a la primera pareja a tomar del único árbol que Dios le había prohibido. Ante tal desafío de su majestad, Dios no lo puede pasar por alto; su santidad, su perfección, le impone visitar el pecado con castigo: “De ningún modo tendrá por inocente al malvado” (Ex. 34:7); “Aborrece la iniquidad” (Sal. 5:5); “Su ira se manifiesta contra la impiedad de los hombres.” (Ro. 1:8)

El carácter santo, justo de Dios le impide pasar por alto el pecado. Pasarlo por alto significaría negarse a sí mismo, y de ahí la necesidad de que Cristo el Hijo de Dios, Dios mismo, propiciara la justa, la santa ira de Dios (Ro. 3:25,26). Cristo en la cruz recibió todo el peso de la justicia, de la santa ira de Dios, y de ahí que experimentó el completo abandono de Dios: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Mt. 27:46.

b. La inmutabilidad de la ley divina. La ley de Dios es inmutable, porque es expresión de su propio carácter santo y justo. El pecado es infracción de la ley (1 Juan 3:4). Pecar es pasar por alto la ley de Dios, es desobedecerla. Pero la ley no se puede desobedecer impunemente: “Maldito todo aquel que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas.” (Dt. 27:26). Hay una retribución penal por quebrantar la ley. No se puede eximir a los pecadores del castigo correspondiente; es preciso apoyar la ley y defender su dignidad aplicando las justas sanciones. En este sentido, Cristo obedeció perfectamente la ley; tanto de manera positiva al cumplir con la ley, como de manera pasiva al recibir la sanción penal que corresponde al infractor de la ley.

c. La veracidad de Dios. Dios es verdad y no puede mentir (Núm. 23:19; Ro. 3:4). Dios decretó desde el principio que la muerte sería el castigo por la desobediencia (Gn. 2:17). La veracidad de Dios demanda que el castigo se ejecute. Entonces, para que el pecador pueda ser salvo del castigo, éste tendrá que ejecutarse en la vida de un substituto: Cristo.

d. En el hecho mismo de la muerte de Cristo en la cruz se comprueba la necesidad absoluta de la expiación, porque si no fuera necesario, entonces, ¿para qué hacerlo? ¿Para qué someter al Hijo de Dios a tales sufrimientos si hay otras alternativas?

 

Conclusión

la grandeza, la importancia, la necesidad absoluta de la muerte expiatoria de Cristo sólo puede ser apreciada en la medida que comprendamos tanto la majestad de Dios como la gravedad del pecado. Si reducimos algunos de estos aspectos, reducimos en la misma medida el valor de la muerte de Cristo.

 

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