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Los diez mandamientos - 4

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Luego de escuchar del primer mandamiento, todos los niños volvieron a casa, pero Moisés, por rebelde, no, hasta le tocaba buscar comida en las calles. Tenía una vida difícil. ¿Será que hoy irá a escuchar sobre el segundo mandamiento?

 

 

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Los diez mandamientos. Historia para niños - 4 parte

Después de haber escuchado, niños, sobre el primer mandamiento, cada niño fue para su casa, menos Moisés.
¿Recuerdan que él había escapado de la casa y estaba durmiendo en… dónde?
En unas cuevas que quedan al pie de un monte.

—¿Sí recuerdan?

Bueno, mientras que los niños, al llegar a su casa, encontraban su refrigerio preparado por la mamita, Moisés, por rebelde, le tocaba buscarse la comida en las calles.
Eso será… bueno, pedir en los restaurantes, pero no todas las veces conseguía, y le trataban mal.
Además, si conseguía y llevaba para las cuevas, los otros niños le robaban y hasta le golpeaban.

Ahí recordaba la casa…

—Qué tristeza… —pensaba.

Pero por miedo y vergüenza no quería regresar.

A otras personas que él pedía era a los que subían a la montaña, especialmente los fines de semana, pues en la cima de la montaña había una imagen que la llamaban el Señor Arrodillado.
Mucha, mucha gente subía, y eso era aprovechado por los ladrones para robar.

Moisés aún no había robado porque tenía miedo de que lo golpearan, pues había visto a compañeros de él y a otros ladrones mayores recibir palizas fuertes cuando las personas los cogían.
Aun así, Moisés los apoyaba. ¿Saben cómo? Recibiendo las cosas robadas y escondiéndolas.

Pero aunque llevaba una vida de sufrimiento diario y una vida sin ley, no salía de su cabeza lo que estaba aconteciendo en las reuniones.
Lo poco que había escuchado le acusaba su conciencia, y por ello, decidió no ir más.

Un día, antes de la reunión, vio a un señor que, de rodillas, procuraba subir hasta donde estaba la imagen.
Vio que el señor temblaba y se notaba que tenía su boca seca.
Moisés, que tenía una botella con agua que cogió en el riachuelo para tomar, se acercó y le ofreció.

El señor, con rostro demacrado de cansancio, dijo:

—Gracias, niño, pero no puedo tomar ni comer nada hasta no cumplir la promesa de llegar a los pies del Señor Arrodillado.

Moisés no dijo nada, pero pensó:

—¿Será eso cierto? ¿Qué sería lo que ese señor prometió?

Él siguió con la mirada al señor que penosamente subía la montaña:

—¿Será que alcanzará a llegar?

Esa escena no dejó tranquilo a Moisés durante todo el día, y hasta en la noche, acostado sobre los cartones, no podía dejar de pensar en ello.

Al otro día, aunque se había prometido no volver a las reuniones, lo acontecido con aquel señor le hizo desistir de la promesa.
Entonces bajó hasta el riachuelo, procuró medio bañarse, y después partió hacia la reunión.

Al llegar, la profesora ya había orado, había cantado el coro, y tenía en una cartulina escrito el segundo mandamiento. Estaba a punto de enseñarlo.

—¡Bienvenido, Moisés! ¡Nos alegra tu presencia! —dijo la profesora.

Y como en otras ocasiones, se sentó en la última banca.
La profesora dijo:

—Ya vimos un poquito sobre el primer mandamiento.
Ahora veamos el segundo mandamiento.
Está en Éxodo 20:4 al 6. Escuchen detenidamente.

—Los que saben leer, lean aquí conmigo. Dice:

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.
No te inclinarás a ellas, ni las honrarás.
Porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares a los que me aman y guardan mis mandamientos.”

—Niños, un poco largo, ¿verdad?
Pero quizá la pregunta es:
¿Por qué Dios prohíbe hacer imágenes y rendirles culto, como dice el segundo mandamiento?

—Niños, la respuesta es muy sencilla: solo a Dios debemos adorar, y Él es Espíritu.
Por ello, Dios, por medio de Moisés, le dijo a los israelitas allí en el mismo desierto:

"Guardad, pues, mucho vuestras almas, pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros en medio del fuego.
Para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna, efigie de varón o hembra."
(Deuteronomio 4:15–16)

—Pero vamos por partes, niños.
Dios prohíbe —dice el texto— hacer imágenes de lo que está arriba en el cielo y postrarse delante de ellas, ¿verdad?

—¿Y quiénes están en el cielo?

—Profesora, allí está Dios. Allí está el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo —dijo Eric.

—Muy bien, Eric. Sí, señor. Gracias, Eric —respondió la profesora.

—Entonces, no debemos hacernos imágenes de Dios para arrodillarnos delante de ellas.
No debemos hacernos imágenes del Padre.
No debemos hacernos imágenes del Hijo.
No debemos hacernos imágenes del Espíritu Santo para postrarnos delante de ellas y rendirles culto.

—¡Profesora, profesora! ¡También están los ángeles! —dijo Anita.

—¡Ciertísimo, Anita! Entonces, tampoco nos debemos hacer imágenes de los ángeles para postrarnos delante de esas imágenes y rendirles culto —respondió la profesora.

—Profesora, pero también están los santos —dijo Walter.

—Walter, muy cierto.
Pero… pero es bueno aclarar, niños, que no todos aquellos a quienes llaman santos en verdad lo son.

—¿Cómo así?

—Los únicos que están allá, en la presencia de Dios, en el tercer cielo, son los que han muerto creyendo de la manera correcta en Cristo.
Están Adán, Eva, Enoc, Noé, Abraham, José, Moisés, David, Isaías, Jeremías, Ezequiel, María, los apóstoles, y todos aquellos que fueron rescatados de las tinieblas y unidos a Jesús, el único Salvador.

—De ellos, tampoco nos debemos hacer imágenes, ni inclinarnos delante de ellas, ni rendirles culto.

—Pero… ¿habrá alguien o algo más en el cielo de lo cual no debemos hacernos imágenes y honrarlas?

Los niños quedaron en silencio. Estaban calladitos por un tiempo.

Entonces Perla dijo:

—Profesora… ¿serán las estrellas?

—¡Sí, Perlita, exactamente! ¡Gracias!
No nos debemos hacer imágenes de las estrellas, de la luna, del sol, para rendirles culto.

Luego la profesora preguntó:

—¿Y en la tierra quiénes están?

—Ah, profesora, pues están las personas, los animales, las plantas, las piedras —respondió Cecilia.

—Muy bien, Cecilia, gracias.
Entonces, tampoco nos debemos hacer imágenes de ellas ni rendirles culto —dijo la profesora.

Y siguió:

—¿Y en el mar?

—¡Los pescados, las ballenas, las focas, las tortuguitas! —dijo Nazario.

—¡Excelente respuesta, Nazario!
Entonces, tampoco nos debemos hacer imágenes de lo que está en el mar, ni rendirles culto, ¿cierto?

—Niños, pero no olviden que Dios no solo está en el cielo. Él está en la tierra, y está en el mar debajo de la tierra.
Él lo llena todo, absolutamente todo.

—Ahora, cuando Dios dice no hacer imágenes ni figuras de nada de lo que está en el cielo, en la tierra y en el mar, Él está diciendo: no hacer imagen de nada ni de nadie para rendirle culto.

—Las personas pueden tener toda justificación para tener y rendirle culto a las imágenes, pero Dios dice no. Y no es no.
Él no aprobó, no aprueba ni aprobará que las personas hagan imágenes y les rindan culto.
Moisés, pensando en el señor que subió arrodillado hasta la imagen del Señor Arrodillado, dijo:

—Profesora, pero aquí en la capital hay varias montañas que tienen estatuas, y las personas suben allá y se arrodillan delante de ellas, les rezan y hasta les llevan cosas.
Si eso no es correcto, ¿por qué las personas lo hacen?

Todos los niños miraron a Moisés.

La profesora respondió:

—Moisés, muchas gracias.
Mira, Moisés, cuando las personas no tienen la verdadera fe —escuchen: la verdadera fe, aquel don precioso de Dios que lleva a la persona a creer sin necesidad de ver nada, sin necesidad de tocar nada, sin necesidad de sentir nada— ellos quieren creer en algo que puedan ver, tocar o sentir.
Y por ello, con sus propias manos terminan haciendo imágenes de seres que consideran sagrados: imágenes de personas, de animales, de cosas… para luego rendirles culto.

—¿Saben? Ellos terminan creyendo que ese ser sagrado está presente en la imagen.

—Lo triste, Moisés, es que aunque Dios les diga en las Escrituras que no se debe hacer, la falta de fe lleva a las personas, en su terquedad, a rechazar el segundo mandamiento.

—Quiero darles una pequeña historia de la idolatría. ¿Listos?

—Bueno.
Cuando Dios les dijo a los israelitas que no hicieran imágenes ni les rindieran culto, ellos ya venían contaminados de Egipto, en donde eran esclavos.
Allí, en Egipto, en cada esquina tenían imágenes de dioses falsos que supuestamente protegían ese lugar.
También sabían que, en Egipto, una de las divinidades principales falsas que ellos adoraban tenía forma de toro.

—Por ello, cuando Moisés subió al monte y ellos vieron que no regresaba, se hicieron una imagen de un toro —o de un becerro de oro— y dijeron que ese era Dios.

—Y aunque siguieron escuchando, niños, por 40 años en el desierto, que Dios es Espíritu y que no acepta la fabricación ni veneración de imágenes, ellos no cambiaron.

—¡Tercos, cierto?
Tercos como una mula, dicen por ahí.

—Bueno…
Cuando tomaron posesión de la Tierra Prometida, ¿saben?
Ellos terminaron adorando a cuanta imagen de dios falso les presentaban: imágenes de personas, imágenes de animales…

—Así como en la India les rinden culto a la imagen del elefante y a otros animales, los israelitas también rindieron culto a las imágenes del sol, de la luna, de las estrellas.
Y para supuestamente proteger los lugares, aprovecharon las montañas —así como las que vemos aquí en la ciudad—, los lugares altos, para hacer santuarios colocando sus imágenes, y luego subir a rendirles culto allá.

—Así mismo, profesora, así mismo es como yo veo aquí en las montañas que rodean la ciudad —dijo Moisés—.
Pero ellos dicen que eso es bueno porque es la imagen de Jesús, la imagen de María, de otros santos, etc.
Ayer, un señor, sufriendo, subió de rodillas al cerro del Señor Arrodillado.

—Moisés, gracias…
Oh, Moisés —dijo la profesora—, efectivamente, la historia no ha cambiado.
Por ello, quiero que me presten atención para saber cómo, con el correr del tiempo, niños, las personas cambiaron las imágenes de dioses falsos por imágenes de personajes bíblicos.

Moisés quería saber, por ello estuvo muy atento.

Y dijo la profesora:

—Después de que los israelitas entraron en la Tierra Prometida —esa maravillosa tierra que Dios prometió, que manaba leche y miel— los israelitas se fueron corrompiendo cada vez más.
Y aunque decían que adoraban al Dios verdadero, adoraban toda imagen de los dioses que les presentaban.

—Como dije, tenían supuestos también objetos mágicos.
Pero Dios les advirtió que los castigaría por ello.
Sin embargo, ellos no creyeron.

—Entonces Dios envió pueblos muy terribles para castigarlos.

—Los asirios llevaron cautivos a los del reino del norte, Israel.
Luego, los caldeos llevaron a los del sur: los judíos.

—Pero aun después de que Dios trajo nuevamente a una parte de Israel a la Tierra Prometida, a pesar de todo el sufrimiento que ellos habían pasado… no aprendieron.

—Entonces, siguieron siendo oprimidos por otros pueblos: los medopersas, los griegos, los romanos.

—Y cuando Jesús descendió del cielo…
Si vemos un poco los evangelios, parece —se nota— que el pueblo judío, al parecer, ya no tenía imágenes.
Moisés, pensando en el señor que subió arrodillado hasta la imagen del Señor Arrodillado, dijo:

—Profesora, pero aquí en la capital hay varias montañas que tienen estatuas, y las personas suben allá y se arrodillan delante de ellas, les rezan y hasta les llevan cosas.
Si eso no es correcto, ¿por qué las personas lo hacen?

Todos los niños miraron a Moisés.

La profesora respondió:

—Moisés, muchas gracias.
Mira, Moisés, cuando las personas no tienen la verdadera fe —escuchen: la verdadera fe, aquel don precioso de Dios que lleva a la persona a creer sin necesidad de ver nada, sin necesidad de tocar nada, sin necesidad de sentir nada— ellos quieren creer en algo que puedan ver, tocar o sentir.
Y por ello, con sus propias manos terminan haciendo imágenes de seres que consideran sagrados: imágenes de personas, de animales, de cosas… para luego rendirles culto.

—¿Saben? Ellos terminan creyendo que ese ser sagrado está presente en la imagen.

—Lo triste, Moisés, es que aunque Dios les diga en las Escrituras que no se debe hacer, la falta de fe lleva a las personas, en su terquedad, a rechazar el segundo mandamiento.

—Quiero darles una pequeña historia de la idolatría. ¿Listos?

—Bueno.
Cuando Dios les dijo a los israelitas que no hicieran imágenes ni les rindieran culto, ellos ya venían contaminados de Egipto, en donde eran esclavos.
Allí, en Egipto, en cada esquina tenían imágenes de dioses falsos que supuestamente protegían ese lugar.
También sabían que, en Egipto, una de las divinidades principales falsas que ellos adoraban tenía forma de toro.

—Por ello, cuando Moisés subió al monte y ellos vieron que no regresaba, se hicieron una imagen de un toro —o de un becerro de oro— y dijeron que ese era Dios.

—Y aunque siguieron escuchando, niños, por 40 años en el desierto, que Dios es Espíritu y que no acepta la fabricación ni veneración de imágenes, ellos no cambiaron.

—¡Tercos, cierto?
Tercos como una mula, dicen por ahí.

—Bueno…
Cuando tomaron posesión de la Tierra Prometida, ¿saben?
Ellos terminaron adorando a cuanta imagen de dios falso les presentaban: imágenes de personas, imágenes de animales…

—Así como en la India les rinden culto a la imagen del elefante y a otros animales, los israelitas también rindieron culto a las imágenes del sol, de la luna, de las estrellas.
Y para supuestamente proteger los lugares, aprovecharon las montañas —así como las que vemos aquí en la ciudad—, los lugares altos, para hacer santuarios colocando sus imágenes, y luego subir a rendirles culto allá.

—Así mismo, profesora, así mismo es como yo veo aquí en las montañas que rodean la ciudad —dijo Moisés—.
Pero ellos dicen que eso es bueno porque es la imagen de Jesús, la imagen de María, de otros santos, etc.
Ayer, un señor, sufriendo, subió de rodillas al cerro del Señor Arrodillado.

—Moisés, gracias…
Oh, Moisés —dijo la profesora—, efectivamente, la historia no ha cambiado.
Por ello, quiero que me presten atención para saber cómo, con el correr del tiempo, niños, las personas cambiaron las imágenes de dioses falsos por imágenes de personajes bíblicos.

Moisés quería saber, por ello estuvo muy atento.

Y dijo la profesora:

—Después de que los israelitas entraron en la Tierra Prometida —esa maravillosa tierra que Dios prometió, que manaba leche y miel— los israelitas se fueron corrompiendo cada vez más.
Y aunque decían que adoraban al Dios verdadero, adoraban toda imagen de los dioses que les presentaban.

—Como dije, tenían supuestos también objetos mágicos.
Pero Dios les advirtió que los castigaría por ello.
Sin embargo, ellos no creyeron.

—Entonces Dios envió pueblos muy terribles para castigarlos.

—Los asirios llevaron cautivos a los del reino del norte, Israel.
Luego, los caldeos llevaron a los del sur: los judíos.

—Pero aun después de que Dios trajo nuevamente a una parte de Israel a la Tierra Prometida, a pesar de todo el sufrimiento que ellos habían pasado… no aprendieron.

—Entonces, siguieron siendo oprimidos por otros pueblos: los medopersas, los griegos, los romanos.

—Y cuando Jesús descendió del cielo…
Si vemos un poco los evangelios, parece —se nota— que el pueblo judío, al parecer, ya no tenía imágenes.

 

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