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Los diez mandamientos - 3

Mandamiento3Miniatura 

Hoy vamos a escuchar cómo es muy fácil prefirir muchas cosas antes que a Dios. Así quebrantamos el primer mandamiento. ¿Será que el niño Moisés ha quebrantado este mandamiento?

 

 

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Los diez mandamientos. Historia para niños - 3 parte

 

Amados niños, en la lección anterior los mismos niños nos ayudaron con sus historias a comprender que hay personas que usan el nombre de Dios. Sí, lo usan: del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo.

Pero que en realidad, por lo que creen, están adorando a otros dioses y no al verdadero. También aprendimos que las religiones del mundo no adoran al verdadero Dios con diferente nombre, como muchos piensan. Y aprendimos también que creer en el horóscopo es una forma de adorar los astros, y eso también es tener otros dioses.

—¿Qué enseñará la profesora Sofía?
—Ustedes mismos, como dije, ya han dado parte de la lección de lo que es tener otros dioses. Ahora, niños, vamos a estudiar sobre otros dioses que los niños, jóvenes y adultos tienen, pero que no piensan que son otros dioses, pues en apariencia no se arrodillan delante de ellos ni les oran a ellos —dijo la profesora.

—¡Profesora, profesora! Mi mamita me dijo que mi tío Epulón tenía como dios el dinero —dijo Eric.
—¿Será eso? Más o menos…

—Sí, Eric, ese es uno. Gracias —respondió la profesora y siguió—. Bueno, aprovechando que Eric ya nos habló del dinero o de las cosas que se tienen o se desean tener… ¿ustedes han escuchado hablar de Judas?

—Sí —respondieron los niños.

—Judas seguramente no adoraba a otros dioses como Baal, Milcón, Asera y otros dioses falsos que los judíos adoraron. Aparentemente, él adoraba al verdadero Dios, pero él, como era quien cargaba la bolsa del dinero del grupo de los discípulos y de Jesús, sin que nadie se diera cuenta, robaba. Sí, él robaba de la bolsa.
Vamos a pensar que Jesús lo enviaba a comprar pan:

—Judas, ve y compra pan para todos.

Judas, obediente (entre comillas) y hasta con alegría, dice:

—Sí, Señor.

Pero cuando llega al lugar de la venta del pan, pide pan para llevar, listo, y paga el pan que compró. Pero luego (recuerden, es un ejemplo), dice al señor de la tienda:

—Señor, hágame un favor: deme un pan más, un pan de esos grandes, y una bebida para tomar.

Pero luego, cuando llega, ni menciona el pan ni la bebida que consumió con el dinero de la bolsa. Y así, continuamente, sin que nadie lo percibiera y hasta pensaran que era honesto, robaba de la bolsa.

Moisés pensó:
—Y así hacía con mi mamita… parece que me parezco a Judas—.

Siguió la profesora:

—Piensen también que cierto día, poco antes de la muerte de Jesús, María, la hermana de Lázaro aquel que Jesús resucitó, llegó al lado del Señor con un frasco de alabastro que contenía un perfume tan caro, tan caro, niños, que para comprarlo se necesitaba el dinero que una persona ganaba en 300 días de trabajo. Carísimo, ¿verdad?

—¡Uy, recaro, profesora! —dijeron los niños.

—María no untó su dedo en el perfume para colocarlo a Jesús. No, niños, ella no hizo eso. ¿Saben qué hizo? Ella cogió el frasco, lo rompió y vertió todo el perfume sobre Jesús.

En ese momento, Judas levantó la voz.

—¿Judas?
—Sí.
—¿Y qué dijo?

—Dijo: “¿Por qué no fue este perfume vendido por 300 denarios y dado a los pobres?”

Y todos los discípulos estaban de acuerdo.

—¿Ustedes qué piensan, niños? ¿No creen que Judas tenía razón?

Moisés, pensando en todos los niños pobres que vivían en la calle y que se rebuscaban comida en las canecas de la basura, finalmente habló:

—Profesora, yo creo que en esta ocasión Judas estaba en lo cierto.

La profesora, mirando con cariño a Moisés, dijo:

—Moisés, gracias por tu participación. ¿Pero crees que Judas estaba interesado en ayudar a los pobres?
Oh, Moisés, tristemente no. Él no estaba pensando en los niños que pasan necesidades. En Juan capítulo 12, versículo 6, dice que él no dijo esto porque estuviera preocupado con los pobres, sino porque era ladrón.
Él quería esos 300 denarios en la bolsa para poder robar.

Moisés dijo dentro de sí:
—¡Y qué malandro! Casi pensé que era un ladrón no tan malo—.

Siguió la profesora:

—Niños, pero como el pecado es como la levadura, ella va fermentando cada vez más la masa, Judas llegó a la cúspide de su maldad cuando decidió entregar a Jesús a sus enemigos. Imagínense…

—¿Pero por qué? ¿Judas vio algo errado en Jesús?
—¿Lo hizo sin ningún interés?

—Nada de eso. Él fue a donde sus enemigos y les preguntó: “¿Cuánto me dan si entrego a Jesús?”
Y sus enemigos, alegres y contentos, le asignaron 30 monedas de plata. Y por ese dinero entregó al Maestro.

—Les pregunto, niños, ¿cuál creen entonces que era el dios de Judas?

—Ah, pues si para darse gusto robaba y para tener dinero fue capaz de traicionar a Jesús, entonces su dios era el dinero, ¿cierto, profesora? —dijo Eric.

—Muy cierto, Eric. Gracias.

—Pero también hay personas que, si bien no son ladronas ni traidoras como Judas, su dios también es el dinero.

—¿Cómo así?

—Sí. Todo aquel que le da más importancia a las cosas que tiene o quiere tener que a Jesús, su dios es el dinero.
La Biblia registra que un joven rico, que a los ojos de los hombres era muy correcto, a pesar de quererse salvar e ir a Jesús, prefirió irse para el infierno, porque Jesús le dijo que vendiera todo cuanto tenía, se lo diera a los pobres y luego lo siguiera.

Cuando una persona, al colocársele la opción de obedecer al Señor o de irse en pro de las cosas materiales, escoge las cosas materiales, niños, su dios es el dinero. Su dios son las riquezas.
El amor al dinero es uno de los dioses que la mayoría de las personas adoran.
Pero cuando hablo de amor al dinero, estoy incluyendo todo tipo de propiedades, desde un pequeño, un simple juguete, hasta la más grande propiedad.

—Ahora piensen, niños, ¿no será que el dios de ustedes es el dinero?

Y pegó en la pared el letrero: “Amor al dinero”.

Moisés, mirando a la profesora, dijo:

—Yo creo que sí… porque por tener cosas, yo he robado muchas veces.

Los niños estaban pensando en el amor al dinero cuando la profesora dijo:

—Ahora hablemos de otro dios que las personas tienen.

Pegó un letrero que decía: “Ciertas diversiones”, y dijo:

—Conocí una señora que preguntó sobre si bailar era pecaminoso.
Entonces, cuando le explicaron sobre todo lo que había detrás del baile —como la inmoralidad sexual, los vicios y demás carnalidad—, ella dijo: “Si para ser cristiana tengo que dejar de danzar, prefiero no ser cristiana”.

—¿Cuál era su dios, niños?

—El baile, profesora —respondió Anita.

—Cierto, Anita.
También, otro día, mi esposo se encontró con un amigo de infancia.
Pero estaba embriagado, estaba borrachito.
Mi esposo le dijo que le gustaría hablarle en otro día de Dios.
Cuando lo encontró después y le enseñó la Palabra de Dios, y le tocó el tema de la embriaguez, el amigo de mi esposo, para justificar sus borracheras, dijo:

—Jesús no solo había tomado, sino que también había convertido el agua en vino para que los de la fiesta en Caná de Galilea se embriagaran. Por eso, yo no dejaré las bebidas.

Entonces mi esposo le dijo que él estaba confundido, ya que si el vino que Jesús transformó embriagara y las personas de la fiesta se emborracharon, Cristo mismo estaría contradiciendo su Palabra, que dice que ningún borracho entrará en el Reino de los Cielos. Y le mostró Primera Carta a los Corintios 6:9–10.

El amigo de mi esposo dijo:

—Si para ir al cielo tengo que dejar mi traguito, prefiero quedarme por fuera.

—Niños, ¿cuál es el dios del amigo de mi esposo?

—El trago —dijo Walter.

—Sí, Walter, muy bien.
El dios de él son los vicios.

En ese momento, Moisés se acordó de todos los que vivían en las calles, que consumen alcohol, pegante y muchas drogas, y no las quieren dejar.

Siguió la profesora:

—Pero hay otras diversiones por las cuales las personas abandonan su fidelidad a Dios, y se convierten en dioses.
¿Alguien me podría ayudar con una diversión que hoy está dejando a las personas sin cumplir con sus deberes?
O sea, por estar con eso, ¿no cumplen con sus deberes?

Rosita levantó la mano y dijo:

—Profesora, creo que es el celular, ¿verdad?
Mi mamita solo me deja usarlo en determinados momentos, y me cuida para que yo no vea cosas malas.
Ah, profesora, pero con toda sinceridad, yo quisiera estar viendo muchas cosas todo el tiempo.
Mis hermanitos, profesora, engañan a mi mamita. Y desde que tienen celular, ya no quieren leer la Biblia, ya no quieren orar ni ir a la iglesia. Para ellos, ya es aburridor todo lo que es de Dios.
Se quejan porque la reunión, según ellos, dura mucho, y en todo tiempo están con el celular en la mano, mirando cosas… y parece que cosas muy malas, profesora.
Creo que el celular es para ellos el dios, ¿no es verdad?

La profesora dijo:

—Rosita, tristemente es así. Pero no es el celular en sí, sino lo que ellos pueden recibir y transmitir por el celular lo que los aleja de Dios, y hace que su celular sea su dios.

Aunque los niños estaban atentos a la lección, la profesora vio conveniente hacer un pequeño pare.
Les dijo:

—Vamos a colocarnos de pie. Vamos a mover los pies que Dios nos dio. Eso, todos moviendo los pies.
Ahora las manitas que Dios nos dio. Ahora la boquita. Ahora vamos a despertar la naricita.
Ahora los ojitos… ¡muy bien!
Ahora vamos a saltar como un grillito.
Ahora vamos a sentarnos juiciositos para continuar la lección.

La profesora pegó un letrero que decía: “Otras personas”, y dijo:

—Hay personas que se pueden convertir en nuestros dioses.
Antiguamente, los hombres adoraban directamente a otros seres humanos porque los consideraban dioses. Por ejemplo, adoraban a los reyes, como el faraón o el emperador, o a líderes religiosos y a otras personas importantes.
Pero yo también puedo estar haciendo de otra persona un dios cuando le hago caso, sabiendo que esto está en contra de Dios.

—Niños, eso lo aprendí cuando era bien niña. Voy a contarles.

Cuando era niña, vivía en un pueblito cerca de aquí, cerca de la capital. Allí las casas tienen unos solares grandes, y casi todas tienen frutas. A mí me encantan las curubas. Su olor me parece lo más delicioso.

Un día salí de la escuela con mis amiguitas. Una de ellas se llamaba Rebeca.

—Oh, esa Rebeca… era terrible, niños. Nos dominaba. Todas terminábamos haciendo lo que ella quería, aunque yo ya conocía las cosas de Dios.

Pues al pasar frente a la casa de don Matías, vimos que unas curubas estaban sobre el muro. Ya estaban amarillitas.

¡Uy! Se veían deliciosas para comer.

Rebeca dijo:

—Vamos a coger esas curubas.

Yo dije:

—¡Rebeca, no! Eso es robar, y Dios no está de acuerdo.

Ella, con enojo, dijo:

—¡Tú sí eres ridícula, ¿no?!
Si quieres, entonces sal del grupo y ya. Pero eso sí, si hoy no participas con nosotras, no te aceptaremos más en el grupo.

En ese momento, niños, me tocaba escoger entre agradar a Dios o pertenecer al grupo.

—¿Saben qué hice?

Preferí seguir a Rebeca, pues no quería perderme de todas las diversiones del grupo. Y además, porque me daba miedo tenerla como enemiga.

—¿Pero saben qué pasó?

Don Matías, con otros señores, nos cogieron y nos llevaron a la policía.

—¡Qué vergüenza!, ¿verdad, niños?

Después, en casa, mi mamita me disciplinó fuertemente y me explicó que, por haber preferido seguir a Rebeca y no lo que Dios dice, esa niña se había convertido en mi dios; que yo era idólatra.

—¿Ya les ha pasado algo parecido?

Todos los niños, menos Moisés, movieron sus cabezas afirmativamente.

La profesora pegó otro letrero que decía: “La persona misma”, y dijo:

—En el Antiguo Testamento, en el primer libro de Samuel, capítulo 15, Dios le ordenó al rey Saúl destruir a un pueblo que era en extremo perverso. Él tenía que acabar con todo.
Pero el rey cumplió a medias la orden de Dios.

—¿Y saben por qué?

Por seguir lo que él quería.

—¿Y qué dijo Dios de ello?

En 1 Samuel 15:23 dice:
“Como pecado de adivinación es la rebelión. Y como ídolos e idolatría, la obstinación.”

—Niños, para Dios, el hecho de que el rey Saúl no le obedeciera perfectamente por seguir lo que a él le parecía, era igual al pecado que comete una persona que cree y acude a la brujería o adivinación.
Como también al que es idólatra o adora a dioses.

—Niños, pues el niño, el joven, el adulto que no hace caso a lo que se le ordena conforme a lo que Dios dice en su Palabra y hace lo que en su terquedad, en su orgullo, en su obstinación, en su soberbia quiere… esa persona está siendo su propio dios.

—¿Son así ustedes?

—Profesora… sí —dijo Moisés—. Yo hago lo que a mí me gusta y no lo que otros quieren.

—Moisés, muchas gracias por tu sinceridad.

—Niños, ahora les pregunto: si hemos desobedecido el primer mandamiento que Dios dice: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”…

Los niños, apretando los labios, movieron la cabeza afirmativamente.

Dijo la profesora:

—Les ruego que mediten y compartan lo que hoy han aprendido. Para terminar, cantemos nuestro coro:

Escuchando, pues Jesús nos habla, escuchando para obedecer.
Paso a paso con Jesús marchando, Él es quien nos va a defender.

Una feliz semana, niños.

Moisés, en esta ocasión, salió corriendo para que la profesora no le preguntara nada.

¿Vendrá a la próxima lección?

Bueno, niños. ¡Mi Señor me los bendiga y mediten sobre la lección del primer mandamiento!

 

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