Nombre del libro y autor
El nombre en hebreo es “Qoheleth”, que significa “uno que llama o congrega”. El nombre en Español viene de la versión griega (LXX) “Ekklesiastes” que significa resumidamente “predicador” o ampliamente “aquel que se sienta en una asamblea, o en una iglesia y habla. Predicador”. La persona usada por Dios para escribir el libro, según la tradición judía, que en este caso fue el sabio Salomón.
Tema
En sentido general, el libro es la conclusión a la que llega el autor después de estudiar todo cuanto acontece en este mundo. Una de las conclusiones que más ocupa su atención, no solo por lo que hacen los otros, sino por experiencia propia, es que todo lo que el hombre busca para realizarse en esta tierra (fama, poder, riquezas, placeres, etc), no da como resultado la tan anhelada felicidad que esperaba encontrar. Se da cuenta de que al final la cosecha no es más que una semilla que a lo lejos se veía bonita, pero que cuando llega a ella está sin almendra por dentro, es completamente vana. La recomendación que da en vista de que todo lo que parecía de valor, realmente no lo es, y que lo que es importante realmente es comprender que lo que sí tiene buen fin es temer a Dios y guardar sus mandamientos.
Las obras de los hombres delante de Dios
“Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” Ecl. 12:14
Introducción. Todo cuanto el hombre hace o deja de hacer, público o privado, tiene un resultado. Nada termina en cero. Dios le da un valor a cada cosa que realizamos en nuestra vida.
I. Las clases de obras
A. Las obras secretas. Toda persona hace cosas que muchos no saben. Dependiendo del estado espiritual, así es su valor.
1. Del malo
a. Buenas. Toda obra que el no regenerado hace por estar muerto espiritualmente, no cumple con los requisitos que Dios exige (Conforme con la palabra de Dios, por un bien real para el prójimo y para llevar fruto a Dios; es decir, para la gloria única y exclusiva de Dios) porque no tiene la capacidad ni el deseo de hacerlas de esta forma, por tanto para Dios son obras malas (Ro. 3:10-18). Lo que el hombre no regenerado puede hacer, porque Dios lo inclina, son obras relativamente buenas, es decir, aquellas que si bien sirven para ayudar de alguna forma a alguien, no cumplen con los requisitos que Dios exige para que sean buenas. Cuando este tipo de personas tiene que hacer algo en favor de otros sin que nadie los esté viendo, por lo general hacen lo que el sacerdote y el levita hicieron en la parábola del buen samaritano ¡Nada! Si hacen algo, siempre es por un interés carnal y es casi imposible que lo quieran hacer sin querer ser reconocido en público. (Lc. 10:30-31)
b. Malas. La persona no regenerada debido a que no puede hacer el bien que nuestro Señor exige, ni lo desea en su esencia, su práctica es hacer cosas pecaminosas ocultamente. Pablo señala que es vergonzoso hablar de lo que ellos hacen en secreto. La preocupación del no regenerado al actuar en lo oculto es que sea descubierto por los hombres, aunque muchos, cauterizando su conciencia, ni eso temen. Aunque ellos saben en su mente que Dios está mirando a los buenos y a los malos, no lo tienen presente o no lo creen en el momento de su delito. No sienten ningún pesar por ofender a Dios, antes, se enorgullecen de haber alcanzado “éxito” en su maldad. (Ef. 5:12; Pr. 15:3; Pr. 9:17)
2. Del justo
a. Obras buenas. Por ser una persona regenerada, con la presencia del Espíritu Santo en su corazón, aunque con luchas, busca hacer buenas obras en secreto sin ningún interés carnal. Su viejo hombre y el enemigo con sus dardos de fuego, siempre le tentarán diciéndole que no sea bobo, que como va a obtener recompensa si las cosas quedan ocultas. Si da a conocer lo bueno que hizo en privado, no será feliz; al contrario estará triste por querer buscar la gloria de los hombres. Pero el que es fiel a su Dios, golpea su carne y coloca el escudo de la fe no aceptando insinuaciones que le conduzcan a quitarle la gloria a Dios. (Mt. 6:1-6; 1 Co. 9:27; Ef. 6:16)
b. Obras malas. Aunque no debería acontecer y no desea que acontezca, y lucha para no hacerlo, el cristiano que no se ha despojado del viejo hombre, también hace cosas en secreto que ofenden a Dios. La diferencia con los del mundo está en que para el justo no es algo común, ya no es una práctica ni tampoco es un motivo de celebración. Aunque nadie llegue a saber lo que hizo en lo oculto no se alegra por ello, se entristece y se duele de saber que está ofendiendo a Dios, que por su culpa el nombre de Dios puede ser blasfemado. (1 Jn. 1:8; Sal. 51:4)
B. Obras en público
1. Del malo
a. Buenas. Ya dijimos que el bien que el no regenerado hace es relativo, está manchado con su pecado. Con relación a las obras que hace en favor de otros en público, esta persona solo se siente contenta si es reconocida por los demás, si por ello le dan la gloria. Aunque con la boca muchas veces dice que no lo hace para que los demás le agradezcan, la realidad es otra. Sí busca, sí lo hace con interés, siempre tiene un propósito carnal. (Mt. 6:2,5; 23:5)
b. Malas. Las practica y las justifica, las celebra, las mira con orgullo. Un adúltero se enorgullece cuando le dicen que es “un perro”. Un borracho se enorgullece cuando es considerado el campeón en beber más que los demás. Un homicida en saber que eliminó a su oponente. Un ladrón en saber que hurtó grandes cantidades. Un mentiroso en saber que le creyeron sus falsedades, etc. (Pr. 4:16-17; 10:23ª; Is. 5:8, 11, 12, 22)
2. Del justo
a. Buenas. El cristiano sabe que Dios lo hizo luz para el mundo, así que se preocupa por hacer lo que es correcto en todas las áreas de su vida, para que todos viendo el bien que hace, glorifiquen a Dios. Busca no hacer nada para ser reconocido sino para que Dios, quien es el que hace nacer el querer como e hacer por su buena voluntad, sea el que reciba la gloria. El procura ser como Juan, quiere que Cristo sea el exaltado y el desconocido. (Mt. 5:14-16; Fil. 2:13; Jn. 3:30)
b. Malas. Como ya no es su práctica, ni tampoco acorde a su nueva naturaleza, cuando hace algo malo públicamente, se duele impresionantemente; no se enorgullece de la inmoralidad sexual, de haber actuado agresivamente contra otros, de haberse dejado engañar por la codicia sacando “la mejor tajada” en algún asunto de forma deshonesta, entre otras.
C. Palabras
1. Del malo
a. Buenas. Muchas veces las palabras del no regenerado pueden llegar a ser elocuentes, respetuosas, amables, pueden hasta ser como Ahitofel dando consejos acertados, pero todo esto no es más que una apariencia. (2 S. 16:23)
b. Malas. Lo que la persona habla depende de lo que esté en su corazón. El corazón del no regenerado no posee absolutamente nada bueno, solo tiene todo un basurero en el que todo debe ser quemado. Por ello no nos debe extrañar verlos usando sus labios para ofender a Dios. Palabras vulgares, mal intencionadas, calumniadoras, mentirosas, de doble sentido, son su práctica. (Mt. 12:33; Mr. 7:21-23)
2. Del justo
a. Buenas. Busca que sus palabras sean justas, que sirvan para edificar al que escucha. Siempre va a querer agradar a Dios antes que a los hombres. Sus buenas palabras vienen de la nueva naturaleza que Dios le dio. (Mt. 12:35ª; Col. 4:5-6; Hch. 4:18-20)
b. Malas. Aunque su práctica es hablar lo correcto, en algunos momentos por no velar, termina diciendo cosas que no edifican, puede llegar incluso a ofender al Señor, como Pedro lo hizo cuando lo negó. (Mt. 26:69-75)
D. Pensamientos
1. Del malo
a. Buenos. Si las obras privadas y públicas, aunque en apariencia son buenas delante de los hombres, sus pensamientos si se pudieran leer, están totalmente contaminados.
b. Malos. Las Escrituras dicen que el hombre sin Dios piensan mal todo el tiempo; que lo medita en su cama y no lo aborrece. Él no tiene control en sus malos pensamientos, por el contrario, los saborea en su mente como se saborea un dulce, los consiente y los alimenta. No ve nada de malo en tener malos pensamientos. (Pr. 6:12-14; Sal. 36:4; Miq. 2:1)
2. Del justo
a. Buenos. Alimenta sus pensamientos y se siente muy feliz cuando su mente se parece cada vez más a la mente de Cristo; quiere que cada día su mente sea una biblioteca donde los volúmenes del bien crezcan. (Fil. 4:8)
b. Malos. Es inevitable que los malos pensamientos vengan. Cuando la persona está débil, muchos de ellos permanecen por un tiempo, pero cuando la persona es fortalecida por Dios, lo más rápido posible, lleva ese tipo de pensamientos cautivos a Cristo, para que Él lo libere y deje el espacio solo a los justos. (2 Co. 10:5)
II. La acción de Dios
A. Con los malos. Muchas de sus obra son sacadas a la luz en esta tierra, algunas reciben cierto castigo, otras quedan impunes, pero en el día del juicio todas sus obras, tanto lo que hizo como lo que no hizo, lo que habló como lo que calló y todo lo que pensó, tanto conocidas como secretas serán expuestas públicamente sin quedar ni una de ellas escondida. Luego de ser juzgado públicamente recibirá el salario por su pecado, será lanzado al lago de fuego, que es la segunda muerte, para recibir eterna condenación. (Ap. 20:11-15; 21:8; Mt. 25:41-45)
B. Con los justos
1. Su juicio. Las Escrituras enseñan que todos tenemos que presentarnos ante el tribunal de Cristo. Para los cristianos, todos sus pecados, pasados presentes y futuros, fueron colocados en Jesús. Él se presentó delante de Dios para ser juzgado por su pueblo y recibir el castigo eterno por ellos. Nada puede acusar a los hijos de Dios delante de su Padre porque Jesús ya pagó todo la deuda, pagó el salario del pecado con su propia sangre. (2 Co. 5:10; 1 P. 2:24; Is. 53:1-12; Ro. 8)
2. Su disciplina. Dios prometió acabar la buena obra que Él empezó en su pueblo, por ello toda obra pecaminosa que su pueblo cometa será disciplinada por Él en esta tierra. Él, como buen Padre, no deja que absolutamente ninguna de las faltas de sus hijos quede impune, en todas va actuar para direccionarles el camino. Él prometió presentar a su pueblo perfecto delante de Él y así lo va a hacer. (Fil. 1:6; Pr. 3:11-12; Heb. 12:6)
Conclusión
“Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia, antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” Heb. 4:13