Cristo murió durante la Pascua judía, y esto, como todo en su vida, no fue casualidad. Cristo es la pascua de su pueblo: la salvación para todo aquel que cree en Él. Su muerte fue necesaria para completar su obediencia perfecta a Dios Padre, la cual comenzó en la eternidad pasada.
Cada vez que pecamos creamos una deuda impagable, porque ofendemos al Dios infinito. Por esto fue necesario que Jesús, quien no pecó, se presentara ante Dios en lugar nuestro, y murió para satisfacer la justicia de Dios. Cuando Cristo murió declaró que la deuda se había cerrado.
Cristo no se quedó en la tumba, resucitó, y vive intercediendo por nosotros. Su resurrección es una evidencia de nuestra justificación, por lo cual podemos considerar a Dios ahora como nuestro Padre. En la resurrección Dios muestra su aprobación a la obra de Cristo en la cruz por nosotros.