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Sermones

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Photo by Jarrod Skeggs / Copyright free

 

 


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Este pasaje corto, que solo está en el libro de marcos, es otra de las parábolas que explica cómo es el reino de Dios. En particular se enfatiza la soberanía de Dios, como puede verse en el hecho de que el sembrador debe esperar hasta que la semilla haga lo que sabe hacer, crecer.

El crecimiento del reino de Dios exige paciencia de nuestra parte, lo cual es muy diferente a que estemos inactivos. Nuestro deber es perseverar, pero sin ser impacientes, es importante que confiemos en Dios y aprendamos de las tribulaciones que puedan aparecer: confiemos en Dios.

No nos dejemos llevar por el pragmatismo y busquemos aplicar cualquier cosa que aparentemente de resultados numéricos, más bien dediquémonos a predicar la Palabra de Dios, tengamos fe, y con toda certeza el triunfo del reino de Dios llegará, con todo su esplendor.

La Biblia de por hecho la existencia de Dios, no busca demostrarla. Los hechos mismos, como la creación, muestran Su existencia. Dios creó todo, incluido al hombre, a quien le dio autoridad sobre la tierra, pero pasaría muy poco tiempo para que este hombre se revelara contra Dios.

Con el pecado entró la muerte, y así cada bendición que Dios había dado a nuestros primeros padres quedó destruida, incluso la tierra sufrió el castigo. La imagen de Dios en el hombre se corrompió. Como resultado Dios los echó del jardín de Edén, y así perdimos la comunión con Él.

Si al momento de la muerte no hemos creído, seremos echados, pero esta vez al lago de fuego eterno, al infierno. Pero hay esperanza: Dios, desde la misma caída, dejó ver su misericordia para con los que amó, y redimió a su pueblo, por medio de la muerte de Cristo, el salvador, en la cruz.

El pueblo había sido castigado por el pecado de un hombre, y por eso cayeron en desánimo y desconcierto. Ya cuando la situación parecía más desesperada fue cuando Dios procedió a restaurarlos, fue el Señor quien tomó la iniciativa, y se dirigió a Josué. Dios no nos deja derrotados.

Dios les recuerda que tienen la victoria asegurada, y no solo para esa batalla, sino que tendrán la tierra prometida. El Señor mismo les explica la estrategia para enfrentar al enemigo y, aun así, el pueblo debía salir y pelear. Así nosotros, tenemos una lucha contra el pecado, sin tregua.

No hay enemigo pequeño, así le enseñó Dios a Israel, y también a nosotros hoy. Como iglesia tenemos que luchar, todos juntos, contra el pecado y contra el mundo. Nuestro consuelo es que Jesucristo ya venció; Él nos ordena ahora que nos levantemos y venzamos, con su armadura.

Moisés vio con frustración cómo el Faraón en lugar de liberar al pueblo les endureció la carga que ya tenían. En respuesta, Dios se le presenta a Moisés con un nombre que no había usado antes, Jehová. Podríamos preguntarnos equivocadamente si fue que Dios cambió.

Dios no ha cambiado, Él se presenta como el mismo Dios omnipotente que se le apareció a los patriarcas. Sin embargo, en el nombre Jehová se revela un poco más del ser de Dios, en especial en lo que tiene que ver con el pacto con su pueblo. Un pacto que Él no olvidará y que permanece.

Dios no cambia, sino que la revelación que tenemos de Él es progresiva. Este conocimiento es tan importante que es esencial para cumplir con el gran mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas. Por tanto, estudiemos sus atributos. Este conocimiento nos servirá por la eternidad.

Para definir qué es el amor de Dios no podemos partir de lo que entre las personas conocemos por amor, sino que debemos ir a la Biblia para ver qué dice Dios mismo acerca de este atributo tan especial e importante para nosotros. Por Su amor el Señor nos predestinó para salvación.

El atributo del amor de Dios está en perfecta armonía con sus otros atributos, como lo es su santidad, inmutabilidad y justicia: su amor va en concordancia con su justicia. Esto se demuestra en que fue el Padre quien envió a Su Hijo para morir en la cruz como propiciación por su pueblo.

Tenemos evidencia de este amor de Dios por el Espíritu que habita en nosotros y por el hecho histórico de la cruz. Cristo murió por amor de sus escogidos. Si usted es creyente, y por tanto conoce a Dios, debe imitarlo y amarlo. Solo en Cristo hay esperanza de conocer el amor de Dios.

Dios prepara a los suyos para que le honren. Así como ocurrió con los cuatro jóvenes que se prepararon para servir al Señor, en el pasaje central, quienes luego fueron aprobados por Dios. Dios les dio conocimiento e inteligencia, de manera que sobresalieron entre sus compañeros.

Entre estos, Daniel, como señal de aprobación de parte de Dios, interpretaba visiones y sueños. Ahora, en lugar de sueños, nosotros tenemos la revelación completa: la Biblia. Al igual que Daniel y sus amigos, debemos proponer en nuestros corazones honrar a Dios, a pesar de lo que pase.

Cuando parezca que la única salida es apartarnos de Dios, tengamos en cuenta el ejemplo de hombres que pagaron el precio de servir a Dios, según vemos en la Biblia y en la historia. Cristo ya hizo todo por nosotros, nos debemos por entero a Él, incluso en un ambiente contrario al Señor.

El pueblo de Dios recibió una derrota inesperada; sus enemigos eran mucho menos numerosos, y aun así tuvieron que huir delante de ellos. La reacción de Josué fue orar, con duelo por la derrota, porque no era de esperarse. Para Josué, el nombre del Señor estaba siendo deshonrado.

Así como Josué, cuando estemos en confusión, debemos acudir a la fuente primara: a Dios. Ahora, véase que la respuesta de Dios es que Israel había pecado, cuando fue un hombre quien tomó de lo que el Señor había prohibido. De esta manera, es claro que el pecado de uno nos afecta a todos.

El pecado personal tiene consecuencias en la iglesia y en la sociedad, como muestra la historia. El pecado es terrible, y si no hemos sido castigados aún, no es que seamos mejores, sino que Dios es misericordioso, y entregó a su Hijo por nosotros, y hoy nos sigue llamando al arrepentimiento.

La lectura comienza hablando del Señor Jesús y todo lo que Él trae para Su pueblo y para Su salvación. Este regalo de Dios va justo después de que Isaías escribe del pecado del pueblo y de la ira de Dios como una respuesta justa. El pueblo de Dios constantemente se alejó de Dios.

El Señor Jehová mismo está hablando en el pasaje acerca de su programa, de acuerdo con su voluntad, de tener un pueblo para sí. Dios promete justicia, riquezas y evangelio. Dios nos está invitando para que sus escogidos seamos suyos, para que retornemos a Él y Él será nuestro Dios.

El Señor está interesado en cada uno de nosotros. En particular lo está invitando a usted hoy. A su vez, Dios está interesado en su iglesia (su pueblo), su pueblo escogido. Cada uno de nosotros debe estar registrado en el proyecto de Dios, en establecer su reino. Oigamos hoy su voz.

Amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón… así comienza esta sección, la cual muestra la respuesta que debe tener quien considera ser parte del pueblo de Dios. A su vez, debemos guardar sus palabras, es decir, la Biblia. Debemos transmitirlas a nuestros hijos, todo el tiempo.

Debemos también recordar lo que Jehová nuestro Dios ha hecho por nosotros: nos liberó del Egipto espiritual. A Jehová nuestro Dios debemos temer. A Él solo debemos servir. La adoración es solo para Él. Debemos también ser fieles y no andar en pos de dioses ajenos. Guardemos la ley.

Debemos recordar que Jehová nuestro Dios nos ha liberado del poder del pecado. Por último, y aunque implícito, debemos recordar que Cristo es nuestra justicia. Nosotros no hemos podido ser justos; es el Hijo de Dios quien se hace justicia por nosotros; aun así, debemos buscar ser justos.

El nombre de Daniel y el de sus dos amigos no fue escogido al azar. Reflejaban la confianza del pueblo hebreo en un solo Dios. De ahí lo astuto y perverso de Nabucodonosor al cambiarles sus nombres. Estos ahora hacían referencia a dioses de la Mesopotamia, y eso no fue casual.

Al igual que Daniel, debemos afirmar nuestro corazón en el Señor, porque no es propiedad nuestra, sino de nuestro salvador. Es Él quien ha obrado salvación en nosotros. Además, debemos buscar no contaminarnos, sin argüir excusas como las circunstancias, o lo que hacen los demás.

El cambio de nombre es de mucha importancia para Dios. Él cambió el nombre de personas como Abram a Abraham o de Jacob a Israel; en ambos casos por lo significativo de la acción de Dios en la vida de esos hombres. Ahora bien, Apocalipsis 2:17 parece indicar que así pasará con nosotros.

Dios le explica a su pueblo cómo enfrentar al enemigo en la batalla, mientras Jericó se sentía protegida por la dimensión de sus muros. El plan que seguía Israel daría la impresión de poca cordura, pero vino del Señor a Josué, lo cual asegura ya su éxito. Dios lo considera ya un hecho.

De igual manera, nuestra salvación no es una posibilidad, sino una realidad, realizada por Cristo. El plan de salvación fue determinado por Dios, y así como la batalla de Jericó, aunque no tenga sentido para nosotros, es lo que funciona, y lo hace perfectamente, como simboliza el número 7.

Lo esencial en la batalla es la presencia de Dios. Dios es quien pelea por su pueblo, es quien da la victoria. Como respuesta, nuestro trabajo, así como lo fue para Israel, es tener fe en lo que Dios nos dice, luego de lo cual la obediencia resulta natural. Cristo es quien asegura nuestra salvación.

Dios sigue anunciando las buenas nuevas a su pueblo, a Israel, la nación escogida. El texto sigue hablando en futuro, porque Dios no solo sabe qué va a pasar más adelante, sino que lo ha decretado, y por tanto ocurre tal como lo dice. Por ejemplo, está la mención del rey Ciro.

El capítulo 61 habla de Cristo, que fue enviado al mundo para proclamar el año de la buena voluntad de Dios; sin embargo, si usted no cree, el Señor esconderá su rostro de usted. A los que creen les espera la gloria. Cristo ya pagó, obtuvo la redención eterna, para que andemos en la luz.

El capítulo 60 presenta a Dios como actor principal de todas las cosas. Dios hará y hace, lo muestra ejecutando las acciones. El Señor compró un pueblo y el porvenir es maravilloso, como muestra Isaías del 60 al 65. Cristo llevó el pecado de muchos, nos dio gracia cuando éramos pecadores.

Los apóstoles y demás discípulos de Jesús no entendían por qué el reino de Dios no venía de una sola vez y acaba con el mal. Es en este contexto que Jesús nos cuenta la parábola del trigo y la cizaña. Por medio de ella ahora sabemos qué le va a pasar a las personas que rechazan el reino.

El mismo Señor nos explica qué es el campo; nos dice que es el mundo, lo cual deja de lado otras interpretaciones. La buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña los que rechazan el evangelio. Hay dos destinos: el trigo al granero, la cizaña al fuego, pero solo hasta el momento de la ciega.

Tenemos que anhelar el día de la separación entre justos e injustos, a su vez, debemos predicar a los que serían quemados de no recibir el evangelio. Debemos esperar el futuro con un optimismo realista; la iglesia va a prosperar, pero el mal también va a crecer. Soportemos con paciencia.

La venida del reino de Dios fue un misterio para la mayoría de los judíos de la época de Jesús. Dios mismo estuvo entre ellos, pero no lo vieron, y hasta lo acusaron de estar relacionado con Belcebú. Es en este contexto que Jesús dice siete parábolas, en particular una, la del sembrador.

El tema central de la parábola es la actividad conquistadora del rey y sus resultados. El mismo sembrador (Jesús) planta la misma semilla (la Palabra de Dios) en donde él quiere; la diferencia la hacen los terrenos (el corazón de las personas). Tres de ellos son malos, y solo uno es bueno.

Todos los que escuchamos este mensaje pertenecemos a alguno de los cuatro terrenos. Pida a Cristo para no ser emocional, y por tener más atención en el reino de Dios. Para aquellos que no han querido creer, que busquen a Dios, hoy que pueden, porque el que no da fruto, será cortado.

Dios es quien coloca y quita gobernantes, asimismo es quien define sus funciones. Este es el caso de Nabucodonosor, rey de los caldeos en Babilonia, quien llevó cautivo al pueblo de Israel. El pueblo de Dios había quedado en manos de uno de los gobernantes más despiadados.

Nabucodonosor quiso eliminar las creencias religiosas del pueblo, y para eso escogió jóvenes influyentes. Los hizo aprender la cultura caldea, para que ellos luego voltearan al pueblo. El rey quería que los jóvenes entraran en comunión con sus ídolos y que se alejaran de Dios.

Todo esto pasó como castigo, porque el pueblo había olvidado a Dios y no se habían arrepentido. A pesar de todo, y en medio de condiciones tan adversas, Dios mantuvo fieles a algunos jóvenes. Que Dios nos guarde y nos sostenga firmes en la fe, para que vivamos vidas agradables al Señor.

Dios había sacado a su pueblo de Egipto ya hacía 40 años. Ahora, al entrar a la tierra prometida, un nuevo obstáculo, el rio Jordán. Así como había hecho, el Señor vuelve a obrar milagrosamente y detiene las aguas y el pueblo pasa. Esto aterrorizó a los moradores de Canaán.

Dios prepara a su pueblo para vencer al enemigo. Primero ordena reestablecer la circuncisión, como señal del pacto. Segundo, restauró la celebración de la pascua. Finalmente, tercero, Cristo mismo se presenta delante de Josué, como el príncipe de Jehová, dispuesto para la batalla.

Este encuentro con Dios mismo muestra la valentía de Josué. Dios quiere que seamos así. Lo más valioso del pasaje está en la conversación entre Josué y Cristo, quien viene a dirigir la batalla. Dios no es nuestro ayudante, Él es el Señor y nosotros sus siervos. Nosotros estamos para glorificarle.

En Isaías 41 Dios se presenta como el que sabe el porvenir. Lo hace diciéndole a su pueblo la certeza de los eventos que sucederán unos 150 años después. Los Babilonios los tomarían cautivos, por 70 años. El Señor también les dice que luego de ese tiempo vendría la restauración.

Dios menciona por nombre a la persona que utilizaría para liberar a su pueblo, con más de 200 años de anticipación, se trata del rey Ciro. Dios hace que las cosas anden bien: hizo un plan para salvar a su pueblo, y en ese propósito se valió de un rey pagano. No tenemos de qué gloriarnos.

Cristo murió con el fin de dar a conocer a Dios, para que dejemos atrás los ídolos, quienes no sirven, para nada. Murió para que nos tranquilicemos; sin embargo, a la vez, que nos preocupemos, por lo que nos toca hacer. Dios hace todo, y a la vez, actuamos libremente, ¿cómo entenderlo?

La fe no es mérito nuestro, sino que es concedida por la gracia de Dios. Por venir de Él es que esta tiene valor. La fe no necesita ser aumentada para que sea válida, lo importante es que sea genuina. La fe es lo que nos une a Dios, es lo que nos permite perdonar y vivir sin ofendernos.

Un verdadero discípulo se niega a sí mismo y pone en práctica la fe, mediante el servicio al Señor. De ahí el ejemplo que pone el Señor Jesucristo. Debemos servir, sin esperar algo a cambio. Cristo vino a liberarnos de la esclavitud del pecado, pero solo para tener la libertad de servirle a Dios.

No se trata de si somos esclavos, o no, sino que se trata de saber de quién somos siervos, de saber a quién servimos incondicionalmente, ¿a una persona, al estado, a nosotros mismos? Nuestra condición natural es ser siervos del pecado, cuando Cristo nos libera, pasamos a servir al Señor.

Daniel indica el momento en que escribió su libro, en el versículo uno. Además, da el contexto religioso, en el versículo dos. Se indica que el libro fue escrito durante el año tercero del rey Joacim. Este rey fue títere del Faraón de Egipto, pero luego fue vasallo de Nabucodonosor.

Durante 23 años el profeta Jeremías estuvo hablando en contra del rey Joacim, pero él no escuchó. Así que Jehová envió las tropas de Babilonia para destruir a Jerusalén. El pueblo había puesto su confianza en la fuerza del Faraón y no en Dios, y por eso Dios soberanamente los entregó.

¿Estamos en pecado, así como Jerusalén lo estuvo? Nuestro Señor nos llama hoy al arrepentimiento. Que no nos suceda lo mismo que al pueblo en Jerusalén, y que nos llegue la disciplina de repente. Dios exige vidas santas de nuestra parte, porque Cristo murió por nosotros.

La labor de una madre es importante para cada hijo, para la familia, la iglesia y la sociedad. El pasaje central nos muestra el cuidado que tiene el Señor por las madres. Jesús se compadeció de la viuda de Naín y resucitó a su hijo. Este hecho nos sirve para conocer mucho acerca de Jesús.

En primer lugar, se puede ver que Cristo es soberano. La situación no se presentó por casualidad, sino que él gobierna todas las cosas. En segundo lugar, el Señor tiene compasión. En tercer lugar, Cristo consuela. Jesús tocó el féretro y el joven resucitó: todo lo hace limpio con su presencia.

Jesús dio una orden, y el joven muerto solo pudo obedecer y levantarse. Cristo tiene el poder; él hizo el universo, y lo que dice se hace. Jesucristo ha vencido la muerte y ahora podemos tener vida. Sigamos esperando la compasión y el poder de Cristo. Cristo ofrece vida para cada uno hoy.

Toda la historia nos lleva al momento del sacrificio de Cristo, cuando pagó por el salario del pecado a favor de su pueblo. Hoy, que celebramos la Cena del Señor, nuestra confianza debe estar depositada en Cristo y no en el rito. Debemos examinarnos y confrontarnos, con la Palabra.

La Palabra de Dios es el espejo que nos muestra en realidad quienes somos. Tenemos muchos pasajes, como el de Isaías 59, para darnos cuenta si en realidad sí somos creyentes. Mirando el libro completo podemos sacar una lista de las cosas por las cuales Dios está desagradado.

Sin embargo, hay que tener mucho cuidado, porque mirando estas listas de cosas para ser buenos creyentes podemos caer en dos peligros, los cuales, en lugar de ayudarnos, nos alejarían de Dios. De una parte está el legalismo y de otra el no actuar. Permanezcamos en Cristo, nuestra salvación.

Cristo murió durante la Pascua judía, y esto, como todo en su vida, no fue casualidad. Cristo es la pascua de su pueblo: la salvación para todo aquel que cree en Él. Su muerte fue necesaria para completar su obediencia perfecta a Dios Padre, la cual comenzó en la eternidad pasada.

Cada vez que pecamos creamos una deuda impagable, porque ofendemos al Dios infinito. Por esto fue necesario que Jesús, quien no pecó, se presentara ante Dios en lugar nuestro, y murió para satisfacer la justicia de Dios. Cuando Cristo murió declaró que la deuda se había cerrado.

Cristo no se quedó en la tumba, resucitó, y vive intercediendo por nosotros. Su resurrección es una evidencia de nuestra justificación, por lo cual podemos considerar a Dios ahora como nuestro Padre. En la resurrección Dios muestra su aprobación a la obra de Cristo en la cruz por nosotros.

Casi dos mil años luego de la resurrección de Cristo, seguimos hablando de Él, y es que nadie más ha tenido victoria sobre la muerte, sino solo Jesús. En esta predicación se comenzará analizando la respuesta del mundo ante la muerte de Jesús, en este caso los sacerdotes y fariseos.

La primera reacción es el menosprecio: se atrevieron a tildar a Jesús de engañador. Vieron el ejemplo de Cristo, pero no creyeron, en especial no creyeron que se levantó de los muertos. Además, respondieron en incredulidad, y lo hicieron así porque ellos no eran hijos de Dios.

De otra parte, la respuesta de Dios no puede ser más opuesta. Envió a un ángel para remover la piedra, no para ayudar a Cristo, sino para que las mujeres y los discípulos pudieran entrar al sepulcro y ver. Dios muestra su aceptación ante la obra de Cristo, precisamente en la resurrección.

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