La fidelidad de Dios

La fidelidad de Dios

¡De cuántas maneras hemos sido infieles a Cristo, y a la luz y los privilegios que Dios nos ha confiado! Cuán refrescante es, entonces, qué bendición indecible, el levantar nuestros ojos por encima de esta escena de ruina, y observar a Uno que es fiel- fiel en todas las cosas, fiel en todo tiempo. (Foto: Mathieu Jarry/Flickr)

 

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original en inglés en: https://www.chapellibrary.org/book/fogo/faithfulness-of-god,-the

 

La fidelidad de Dios
Arthur Pink

 

La incredulidad es uno de los pecados más notables de estos malos tiempos. En el mundo de los negocios, la palabra de un hombre ha dejado de ser, con excepciones extremadamente raras, su garantía. En el mundo social, la infidelidad matrimonial abunda en todas partes, los lazos sagrados del matrimonio se rompen con tan poca consideración como el desechar una prenda de ropa vieja. En el ámbito eclesiástico, miles que han hecho un pacto solemne para predicar la verdad, no tienen escrúpulos para atacarla y negarla. Tampoco puede ni el lector ni el escritor atribuirse inmunidad completa de este terrible pecado. ¡De cuántas maneras hemos sido infieles a Cristo, y a la luz y los privilegios que Dios nos ha confiado! Cuán refrescante es, entonces, qué bendición indecible, el levantar nuestros ojos por encima de esta escena de ruina, y observar a Uno que es fiel- fiel en todas las cosas, fiel en todo tiempo.

“Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel…" (Deuteronomio 7:9). Esta cualidad es esencial a Su ser; sin ella, Él no sería Dios. Para Dios, ser infiel sería actuar en contra de Su naturaleza, lo cual sería imposible: “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:13). La fidelidad es una de las gloriosas perfecciones de Su ser. Él está, por así decirlo, vestido con ella: “Oh Jehová, Dios de los ejércitos, ¿Quién como tú? Poderoso eres, Jehová, y tu fidelidad te rodea” (Salmo 89:8). Así también, cuando Dios se encarnó, se dijo: “será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura” (Isaías 11:5).

¡Qué palabra esta en Salmos 36:5, “Jehová, hasta los cielos llega tu misericordia, Y tu fidelidad alcanza hasta las nubes.”! La fidelidad inmutable de Dios está muy por encima de toda comprensión finita. Todo acerca de Dios es grandioso, vasto, incomparable. Él nunca olvida, nunca falla, nunca flaquea, nunca falta a Su palabra. A cada declaración de promesa o profecía el Señor se ha ceñido exactamente, cada compromiso de pacto o amenaza Él lo cumplirá, porque “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Números 23:19). Por lo tanto, el creyente exclama: “nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lamentaciones 3:22-23).

Las ilustraciones de la fidelidad de Dios abundan en las Escrituras. Hace más de cuatro mil años, Él dijo: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche.” (Génesis 8:22). Cada año que llega proporciona un nuevo testimonio de que Dios cumple esta promesa. En Génesis 15 encontramos que Jehová le dijo a Abraham: “tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí… Y en la cuarta generación volverán acá” (Génesis 15:13-16). Los siglos siguieron su fatigoso curso. Los descendientes de Abraham gemían en medio de los hornos de ladrillo de Egipto. ¿Había Dios olvidado Su promesa? Ciertamente, no. Lee Éxodo 12:41, “Y pasados los cuatrocientos treinta años, en el mismo día todas las huestes de Jehová salieron de la tierra de Egipto”. A través de Isaías, el Señor declaró: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (7:14). De nuevo, pasaron los siglos, pero “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Gálatas 4:4)

Dios es verdad. Su Palabra de Promesa es segura. En todas Sus relaciones con Su pueblo, Dios es fiel. Se puede confiar en Él de forma segura. Nunca nadie confió realmente en Él en vano. Encontramos esta preciosa verdad expresada en casi todas partes de las Escrituras, porque Su pueblo necesita saber que la fidelidad es una parte esencial del carácter Divino. Esta es la base de nuestra confianza en Él. Pero una cosa es aceptar la fidelidad de Dios como una verdad Divina, otra muy distinta es actuar con base en ella. Dios nos ha dado muchas “preciosas y grandísimas promesas”, pero ¿realmente estamos contando con Su cumplimiento de las mismas? ¿Realmente estamos esperando que haga por nosotros todo lo que Él ha dicho? ¿Estamos descansando con seguridad implícita en estas palabras, “fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23)?

Hay épocas en la vida de todos cuando no es fácil, ni siquiera para los cristianos, creer que Dios es fiel. Nuestra fe es dolorosamente probada, nuestros ojos empañados con lágrimas, y ya no podemos ubicar las fortalezas de Su amor. Nuestros oídos se distraen con los ruidos del mundo, acosados por los susurros de ateísmo de Satanás, y ya no podemos escuchar los dulces matices de Su voz apacible. Los planes deseados han sido frustrados, amigos en quienes confiamos nos han fallado, alguien que profesaba ser nuestro hermano en Cristo nos ha traicionado.

Estamos pasmados. Tratamos de ser fieles a Dios, y ahora una nube oscura lo oculta de nosotros. Encontramos difícil, sí, imposible, para la mente carnal conciliar el ceño fruncido de Su providencia con Sus promesas misericordiosas. Ah, alma vacilante, compañero peregrino severamente probado, busca gracia para escuchar atentamente Isaías 50:10, “¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de su siervo? El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios.”.

Cuando tengas la tentación de dudar de la fidelidad de Dios, clama: “Vete, Satanás”. Aunque tú ahora no puede conciliar los tratos misteriosos de Dios con las confesiones de Su amor, espera en Él por más luz. En Su propio tiempo, Él lo hará claro para ti. “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después” (Juan 13: 7). Lo que pase luego demostrará que Dios no ha abandonado ni engañado a Su hijo. “Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto, será exaltado teniendo de vosotros misericordia; porque Jehová es Dios justo; bienaventurados todos los que confían en él.” (Isaías 30:18).

“No juzgues al Señor con una mente débil, sino confía en Él por Su gracia; detrás del ceño fruncido de Su providencia un rostro sonriente Él esconde.
Santos temerosos, tomen coraje nuevamente, las nubes que tanto estremecen, llenas están de misericordia y se derramarán en bendiciones”.

“Tus testimonios, que has recomendado, Son rectos y muy fieles.” (Salmos 119: 138). Dios no solo nos ha dicho lo mejor, sino que no nos ha ocultado lo peor. Él ha descrito fielmente la ruina que la caída ha causado. Él ha diagnosticado fielmente la terrible condición que el pecado ha producido. Él hizo conocer fielmente Su empedernido odio al mal, y que Él debe castigarlo. Nos ha advertido fielmente que Él es “fuego consumidor” (Hebreos 12:29). Su Palabra no solo abunda en ilustraciones de Su fidelidad en el cumplimiento de Sus promesas, sino que también registra numerosos ejemplos de Su fidelidad al llevar a cabo Sus amenazas. Cada etapa de la historia de Israel ejemplifica ese hecho solemne. Así fue con los individuos: Faraón, Coré, Acán y muchos otros que son prueba de ello. Y así será contigo, mi lector: a menos que hayas huido o huyas a Cristo en busca de refugio, el ardor eterno del Lago de Fuego será tu segura y cierta porción. Dios es fiel.

Dios es fiel al preservar a Su pueblo. “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo” (1 Corintios 1:9). En el versículo anterior, se hizo la promesa de que Dios confirmaría hasta el final a Su pueblo. La confianza del Apóstol en la seguridad absoluta de los creyentes se fundó no en la fuerza de sus resoluciones o su habilidad para perseverar, sino en la veracidad de Aquel que no puede mentir. Como Dios ha prometido a Su Hijo un pueblo determinado para Su herencia, para librarlos del pecado y la condenación, y para hacerlos partícipes de la vida eterna en gloria, es cierto que Él no permitirá que ninguno de ellos perezca.

Dios es fiel en disciplinar a Su pueblo. Él no es menos fiel en lo que retiene, que en lo que da. Él es fiel en enviar tristeza, así como en dar alegría. La fidelidad de Dios es una verdad para ser confesada por nosotros no solo cuando nos sentimos cómodos, sino también cuando estamos sufriendo bajo la reprensión más aguda. Tampoco debe ser simplemente una confesión de nuestra boca, sino también de nuestros corazones. Cuando Dios nos golpea con la vara de castigo, es la fidelidad la que lo ejerce. Reconocer esto significa que nos humillamos ante Él, reconocemos que merecemos Su corrección, y en lugar de murmurar, le agradecemos por ello. Dios nunca aflige sin una razón. “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros” (1 Corintios 11:30), dice Pablo, ilustrando este principio. Cuando Su vara caiga sobre nosotros, digamos con Daniel: “Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro.” (9:7)

“Conozco, oh Jehová, que tus juicios son justos, Y que conforme a tu fidelidad me afligiste.” (Salmos 119:75). Los problemas y aflicciones no solo son consistentes con el amor de Dios prometido en el pacto eterno, sino que son parte de la administración del mismo. Dios no solo es fiel a pesar de las aflicciones, sino que es fiel en enviarlas. “Entonces castigaré con vara su rebelión, Y con azotes sus iniquidades. Mas no quitaré de él mi misericordia, Ni falsearé mi verdad.” (Salmos 89:32–33). El castigo no es solo reconciliable con la misericordia de Dios, sino que es su efecto y expresión. Tranquilizaría mucho las mentes del pueblo de Dios si recordaran que Su pacto de amor lo compromete a corregirlos ocasionalmente. Las aflicciones son necesarias para nosotros: “…En su angustia me buscarán.” (Oseas 5:15).

Dios es fiel en glorificar a Su pueblo. “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:24). La referencia inmediata aquí es que los santos sean “guardados irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Dios trata con nosotros no con base en nuestros méritos (porque no tenemos ninguno), sino por Su propio gran nombre. Dios es constante consigo mismo y con Su propio propósito de gracia: “a los que llamó, …, a éstos también glorificó” (Romanos 8:30). Dios da una demostración completa de la constancia de Su bondad eterna hacia Sus elegidos al llamarlos efectivamente de la oscuridad a Su luz admirable, y esto debería darles total certeza de la continuidad de la misma. “El fundamento de Dios está firme” (2 Timoteo 2:19). Pablo estaba descansando en la fidelidad de Dios cuando dijo: “yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.” (2 Timoteo 1:12)

La aprehensión de esta bendita verdad nos preservará de la preocupación. Estar llenos de inquietudes, ver nuestra situación con oscuros presentimientos, anticipar el mañana con triste ansiedad, es reflexionar poco en la fidelidad de Dios. El que ha cuidado a Su hijo a través de todos los años no lo abandonará en la vejez. Quien ha escuchado tus oraciones en el pasado no se rehusará a suplir tu necesidad en la emergencia presente. Descansa en Job 5:19, “En seis tribulaciones te librará, Y en la séptima no te tocará el mal”. La aprehensión de esta bendita verdad controlará nuestras murmuraciones. El Señor sabe lo que es mejor para cada uno de nosotros, y un efecto de descansar en esta verdad será el silenciamiento de nuestras quejas petulantes. Dios es grandemente honrado cuando, bajo prueba y castigo, tenemos buenos pensamientos de Él, vindicamos Su sabiduría y justicia, y reconocemos Su amor en Sus mismas reprensiones.

La aprehensión de esta bendita verdad generará una mayor confianza en Dios. “De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien”. (1 Pedro 4:19). Cuando confiadamente nos resignemos nosotros mismos y todos nuestros asuntos en manos de Dios, plenamente persuadidos de Su amor y fidelidad, más pronto estaremos satisfechos con Sus providencias y nos daremos cuenta de que “todo lo hace bien”.