“No te entremetas con el iracundo,
Ni te acompañes con el hombre de enojos,
No sea que aprendas sus maneras,
Y tomes lazo para tu alma.” Proverbios 22:24-25 (Foto: Cristina J. L./Flickr)
Debido a la esclavitud del pecado en que vive el que no conoce a Dios y por la presencia aun del viejo hombre en el que sí lo conoce, nadie está exento de reaccionar en algún momento con ataques de ira. Ataques que salen muy caros, que nos dejan grandes pérdidas (algunas irreparables), ataques que nos llevan a destruir en un segundo lo que hemos construido en mucho tiempo, 1 Samuel 20:30-33; Numeros 20:1-13
Si lo anterior es terrible, ¿cómo será si la ira, el mal genio, el enojo es la manera habitual de actuar de una persona? Por lo general los que son así, se afirman pensando que de esta manera se ganan el respeto de los demás, pero lo que traen para sí es desprecio, deshonra y mucho daño para otros, pues su actitud es homicida. Son como Nabal (insensato), que convirtió su hogar, su lugar de trabajo y en general su hábitat en un infierno para los que ahí entraban, para finalmente terminar quemándose él mismo, 1 Samuel 25
Es evidente que los que son así no son verdaderos cristianos, no están unidos a Jesús, pues si lo estuvieran, por la presencia del Espíritu Santo con su fruto haría que la persona quisiera y buscara dejar tales prácticas homicidas, para llegar a ser una persona mansa de corazón, Gálatas 5:22-23; Mateo 5:5
La razón por la que Dios prohíbe entremeternos o hacernos compañeros con este tipo de personas, es porque sus acciones estimulan al viejo hombre que aún hay en nosotros, viejo hombre que sigue con todos sus vicios y que solo está esperando que le demos la oportunidad para levantarse y hacernos actuar insensata y perjudicialmente, Eclesiastes 10:1