“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”. 1 Corintios 2:14 (Foto: freestocks/Flickr)
El hombre natural es similar a un tronco, atado y dirigiéndose sin remedio a una sierra para ser cortado. El hombre natural está encadenado por su maldad, y va por el camino que lo conduce al infierno. Es similar al tronco: no puede, no entiende y no desea ser librado de tan horrenda situación; incluso ve su camino como divertido y hasta correcto (Juan 8:34; Romanos 8:5-8; Proverbios 10:23). Sin embargo, debido a su conciencia, cuando escucha el evangelio puede llegar a sentir pánico por el juicio venidero, pero muy pronto las cadenas del pecado lo ajustan más al camino de perdición, convenciéndole de que es mejor seguir como iba. (Hechos 24:24-25; Proverbios 7; Romanos 1:32)
La única esperanza para el hombre natural es que sea transformado por la única persona que tiene el amor y el poder para convertirlo en un hombre espiritual. Hablamos del único que lo puede librar de las cadenas del pecado, el único que lo puede sacar de su camino para dirigirlo por el camino estrecho que conduce al cielo: ¡su nombre es Jesús! (Hechos 4:11-12; Juan 8:36; Romanos 6: 6-14; Lucas 7:36-50; 19:1-10; Romanos 8)