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La esclavitud de la voluntad

Una ilustración del rostro de una persona, hecho con líneas, sobre un fondo negro, con una chispa al interior de su mente, representando la voluntad.

Algunos piensan que Dios sería injusto y arbitrario si la decisión con respecto a nuestra salvación dependiera totalmente, no de nuestra decisión, sino de la suya; que Dios sería injusto al escoger a algunos y no a otros. El problema con esta objeción es que resulta de un concepto con respecto a Dios formado, no por la revelación que Dios mismo ha dado de su ser y sus obras... (Imagen: Wikimedia Commons)

 

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Me acuerdo de haber de leído una novela basada en la vida de Miguel Ángel, el gran pintor, arquitecto, poeta, y escultor italiano del siglo 16, y cómo éste escogía con sumo esmero el bloque de mármol del cual sacaría sus esculturas. Así también el ebanista exige madera de primera calidad. De la materia prima depende mucho la excelencia de la obra final. Al respecto, en inglés tenemos un refrán que dice que de la oreja de un cerdo no se puede fabricar una cartera de seda.

La meta de la filosofía, la psicología, la educación y la religión es formar al hombre ideal. Pero la decepción a través de toda la historia ha sido grande. Pues, por no reconocer cómo es el hombre con el cual trabajan, no toman las medidas necesarias para su formación. Todos, casi sin excepción, comienzan su esfuerzo con el supuesto errado que dice que el hombre es capaz de escoger lo bueno. Todos creen en el libre albedrío del hombre. Creen que el caso es simplemente presentar el ideal, ofrecer estímulos intelectuales o emocionales, y el hombre optará por lo bueno.

El cuadro que la Biblia presenta con respecto al ser humano es diferente. Lo presenta como malo, caído, dañado, anormal, desviado, y, por lo tanto, inclinado irremediablemente y siempre a lo malo (claro, lo malo a la luz de la ley de Dios). Más en detalle, hacemos las siguientes afirmaciones:

1. El pecado original fue la ocasión de la caída, Ro. 5:12, y de este pecado resultó la corrupción universal, Ef. 2:1-3; Col. 2:13. David dio el bien conocido testimonio: Sal. 51:5 He aquí, yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre. Por este mismo hecho encontramos la explicación de Lv. 12, la purificación de la mujer después del parto, y del rito de la circuncisión. Es que, según Dios, el hombre es malo desde los comienzos, desde la fuente.

2. De este pecado original, existe la situación humana que es como la Biblia declara en textos como: Gn. 6:5; 8:21; Ecl. 9:3; Jr. 17:9; Mc. 7:21-23; Jn. 8:34,44; Ro. 6:20; 8:7,8; 1 Co. 2:14; Ef. 4:17-19; 5:8; 2 Ti. 2:25,26; Tito 1:15; 3:3; 1 Jn. 3:10; 5:19. Esta situación humana es universal; ningún ser humano escapa.

3. De esta situación caída, todo ser humano, dejado en el estado heredado de muerte, resulta incapaz por sí mismo de arrepentirse, creer el evangelio o venir a Cristo. No tiene poder dentro de sí mismo para cambiar su naturaleza o para prepararse para recibir la salvación. Job 14:4; Jr. 13:23; Mt. 7:16-18; 12:33

4. Así es que la fe y el arrepentimiento son necesariamente dones de Dios, y Dios tiene que atraer al hombre a Cristo, Jn. 6:44,65. Además, sin el nuevo nacimiento, el hombre permanece muerto en sus delitos y pecados, incapaz de responder a las invitaciones del evangelio. Esta regeneración es obra divina. 1 P. 1:3,23; St. 1:17,18; Ef. 1:2; Jn. 3:3-5

5. La explicación bíblica de la situación del hombre no la tenemos solamente en una serie de referencias bíblicas, sino en el contexto de la Biblia entera, en que cada página plantea el fracaso y la impotencia humana como trasfondo de la obra redentora restauradora del Dios trino. Por ejemplo, los milagros de Jesús sirven para ilustrar el hecho de que el hombre por sí solo no contribuye nada y en nada a su salvación. Está totalmente incapacitado para dicha obra. Los milagros, pues, no son narrados en la Biblia como modelo de la vida cristiana, sino como el anuncio de la llegada del Mesías para efectuar la obra redentora de Dios previamente anunciada por la ley y los profetas. Cristo, en el cumplimiento de los tiempos, llegó, y con su llegada y su muerte y resurrección, culminó, en una obra hecha una vez para siempre, los propósitos de la gracia de Dios para la salvación de un pueblo para sí, celoso de buenas obras.

Las cinco afirmaciones anteriores son la Negación Bíblica del Libre Albedrío.

En otro nivel, y apuntando a lo mismo, el libre albedrío, en lugar de ser del hombre, el hombre como tal, no como pecador también, es de Dios solamente. Es su atributo.

Sólo Él, por ser Dios, tiene la libertad para determinar qué será y qué no será. El hombre, por ser creación de Dios, siempre actúa dentro del contexto de la soberanía de Dios, Fil. 2:13. Dios, que sabe todo de antemano, por esa misma razón, no puede depender de decisiones humanas libres. Si Dios sabe lo que va a acontecer, luego es imposible que no acontezca o que acontezca de otra manera. Luego, necesariamente tiene que acontecer de acuerdo con el conocimiento divino. Las decisiones humanas, pues, no son libres en sentido absoluto. ¿Determinismo o fatalismo? Así puede parecer. Pero, ¡no! Informados por la revelación divina dada en la Biblia, sabemos que el hombre actúa libremente, pero, claro, siempre dentro del contexto del decreto eterno de Dios. ¿Cómo es así? Parece una contradicción. Entendamos que la Biblia le pone límites a nuestro pensamiento, y, por lo tanto, al enfocar este dilema, en lugar de buscar resolverlo, es mejor poner el dedo silenciador sobre los labios y confesar que no entendemos. Ro. 11:33-36 ¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Pues, ¿quién ha conocido la mente del Señor?, ¿o quién llegó a ser su consejero?, ¿o quién le ha dado a Él primero para que se le tenga que recompensar? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén.

Para una discusión bien amplia sobre esta temática insoluble, le invito encarecidamente a leer cuidadosamente le discusión de Martín Lutero, su libro La Voluntad Determinada, la segunda parte, pp. 188-239, y la primera parte, pp. 55-64, de donde extraemos la cita a continuación:

Pues, si ignoras estas cosas, no puede subsistir la fe ni ningún culto a Dios; porque esto sería en verdad estar en completa ignorancia en cuanto a Dios, y sabido es que donde hay tal ignorancia, no puede haber salvación. En efecto: si abrigas dudas o desprecias el saber que Dios pre sabe y quiere todas las cosas no de una manera que deje libre juego a la contingencia, sino de modo que no podría ocurrir de otra forma, e inmutablemente, ¿cómo podrías creer sus promesas, y confiar y apoyarte en ellas con certeza? Siendo que Dios promete algo, es preciso que tú tengas la certeza de que él sabe, puede y quiere cumplir lo que prometió. De no ser así, no lo tendrás por veraz ni por fiel; y esto es incredulidad y el más alto grado de impiedad y negación de Dios el Altísimo. Pero, ¿cómo podrás estar cierto y seguro si ignoras que Dios sabe, quiere y hará con certeza, e infalible, inmutable y necesariamente lo que promete? Y no solamente debemos tener la certeza de que el querer y hacer de Dios implica un acontecer tal cual e inmutable, sino que también debemos gloriamos en esto mismo como Pablo en Romanos 3: “Antes bien, sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso”; y además: “No que la palabra de Dios pudiera fallar”; y en otro lugar: “el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos”; y en Tito 1: “La cual prometió el Dios que no miente, antes del principio de los siglos”; y Hebreos 11: “Es necesario que el que se acerca a Dios, crea que Dios existe, y que recompensará a los que en él esperan.” Así que, si se nos enseña y si creemos que no nos es preciso saber el carácter necesario de la presciencia de Dios y la necesidad de lo que ha de acontecer, entonces la fe cristiana es extinguida completamente, y las promesas de Dios y el evangelio entero se desmoronan. Pues esto es el único y supremo consuelo de los cristianos en todas sus adversidades: saber que Dios no miente, sino que lo hace todo inmutablemente, y que nadie ni nada puede resistir ni cambiar ni impedir su voluntad.

Cada vez que alguno niegue el libre albedrío, hay reacciones fuertes. ¿Por qué será?

1. Una razón es que textos como Job 24:15; Dt. 30:19; Pr. 1:29; Mt. 23:37 parecen indicar que el hombre, sí, tiene libertad para escoger lo bueno. Y muchos textos como Dt. 10:12,13; 11:8,9, parecen indicar lo mismo. Cabe aquí indicar sólo dos precauciones, a saber:

a. El hecho de que Dios exige algo al hombre como deber, no quiere decir que por lo tanto el hombre tiene el poder para cumplir lo exigido. Acordémonos que el hombre ahora no es normal. Su naturaleza es pecaminosa. Dios sin embargo con todo derecho sigue insistiendo en que el hombre haga lo que debe hacer. Sí, el hombre no puede, pero sin embargo debe; la culpa no es de Dios, sino del hombre caído. Ro. 8:7,8

b. Lo que Dios exige pero que el hombre no puede cumplir, Dios, en Cristo y por su Espíritu lo hace posible. Las exigencias imposibles son precisamente con el fin de llevar al hombre a reconocer su incapacidad para que así, si Dios quiere, invoque el nombre del Señor para ser salvo. Es que la ley “encerró todo bajo pecado para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes.” Gá. 3:22

Así, pues, los textos que arriba citamos son de suma importancia para informarnos cuál es nuestra obligación ante Dios. No hay derecho de ponernos perezosos. La Biblia no niega la parte humana; la sostiene insoslayablemente: el que no obedece es condenado; el que no cree no se salva. La fe es don de Dios, pero es el pecador quien cree para justicia. Ro. 10:9,10, que si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo; porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación. Pero tenemos que colocar esta obligación dentro del contexto de la caída del hombre y dentro de la de la soberanía absoluta (léase “la libertad absoluta”) de Dios.

2. Otra razón por las fuertes reacciones a favor del libre albedrío es que casi todo el mundo lo cree. Lutero, en su respuesta a Erasmo que señalaba que ninguno hasta Lutero, con la excepción quizás de San Agustín, había enseñado como Lutero enseñaba, reconocía que formaba parte de una minoría diminutiva. Pero no por eso se dejaba amedrentar. Estaba convencido de tener la Palabra de Dios a favor de su posición. Véase el capítulo 7 de la obra de Lutero antes citada para ver la respuesta de Lutero. Claro está que juntamente con Lutero, los demás reformadores del siglo 16, unidos en este punto, negaban que el hombre tuviera libre albedrío. Sí, tanto Lutero como Calvino reconocen que en cierto sentido lo tiene, ya que el hombre no hace el mal por coacción, sino libremente, pero después de reconocer este hecho, sin embargo, recomiendan fuertemente que el término sea descartado, ya que insinúa para casi todos algo que no es lo que ellos se imaginan. Y como el hombre es esclavo del pecado, seguir hablando de “libre” albedrío es sembrar confusión en un punto de tantísima importancia, pues el hombre natural, creyéndose libre, se jacta en sí mismo y no busca remedio en Cristo.

Pero en la actualidad casi todo el mundo, abogando por la democracia, los derechos humanos, y la tolerancia absoluta, y apoyados en estas filosofías por las enseñanzas religiosas recibidas desde su infancia y por la tendencia rebelde de su propia naturaleza caída, consideran la negación del libre albedrío como un ataque contra su propia humanidad. No es fácil penetrar las fortificaciones de semejante encierro.

3. Hay una tercera razón que explica las fuertes reacciones negativas cuando se habla de la voluntad esclava. Es una supuesta defensa del carácter de Dios. Muchísimas personas piensan que Dios sería injusto y arbitrario si la decisión con respecto a nuestra salvación dependiera totalmente, no de nuestra decisión, sino de la suya, que Dios sería injusto al escoger a algunos y no a otros. El problema con esta objeción es que resulta de un concepto con respecto a Dios formado, no por la revelación que Dios mismo ha dado de su ser y sus obras, sino por conceptos humanos de cómo supuestamente debe ser Él. Muchos forman a Dios según la imagen del hombre. Se les olvida que Dios es Dios, y que todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, mas Él actúa conforme a su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra; nadie puede detener su mano, ni decirle: “¿Qué has hecho?” Dn. 4:35. O las palabras del Salmo 135:6: Todo cuanto el Señor quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos.

¿No destruye esto la autenticidad de la actuación humana? Así puede parecer, pero como escribimos antes, la cuestión no es reducir la revelación divina a la medida de nuestra comprensión, sino reconocer y entender lo que Dios dice, y creer y actuar de acuerdo con eso. Tenemos que tener siempre presente que lo finito no va a comprender exhaustivamente lo infinito. Tengamos presente también que ahora, por razón de la caída, la mente humana no funciona íntegramente. 1 Co. 1:21: ...en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría,...

4. Quizás en parte repitiendo lo que ya se ha dicho, otra razón porqué tantos defienden con tanto ahínco la enseñanza del libre albedrío es que, muy arraigado en el corazón del hombre natural, y con restos de lo mismo aún en el corazón del creyente, está latente la mentira de que el hombre será como Dios. El hombre está dispuesto a sacrificar mucho y sufrir mucho con tal de poder mantener su autonomía. Incluso será religioso, y esto con mucho fervor, si puede serlo sujeto a sus propios términos. Podría volverse evangélico siempre y cuando lo haga porque quiere, no porque Dios así lo exige. Tiene que ser “su” decisión, no la de Dios. Dios también tiene que estar agradecido por su salvación. El hombre exige el derecho de seguir a Cristo según acuerdos que le permitan gloriarse en sí mismo y servir a su manera. Reserva el derecho de decidir a favor de Cristo y de obedecer a Cristo, pero porque quiere, no porque Dios demanda que lo haga. (¡Ay! ¡Las sutilezas de la rebeldía del corazón humano!)

5. Otra razón porqué la doctrina de la esclavitud de la voluntad es casi universalmente negada, aun dentro de la iglesia cristiana, es el afán de tener iglesias grandes. Claro, ¿quién no quiere ver el mundo entero convertido a Cristo, si así es la voluntad divina? Pero, cuando este afán lleva a esconder o negar enseñanzas esenciales para una comprensión adecuada con respecto a Dios, luego le somos infieles. El temor es que si calificamos al hombre como totalmente dependiente de Dios, luego, al no gustarle tal enseñanza, no seguirá en la iglesia.

¡Qué triste cuando algunos niegan la esclavitud de la voluntad humana! Pues, es precisamente esta verdad la única que puede consecuentemente llevar al hombre pecador a suplicar que Dios le salve. Es la única verdad que muestra al hombre como incapaz para salvarse a sí mismo y que le obliga a mirar a Cristo -a Cristo, único Salvador. Claro, en toda iglesia evangélica confiesan que sólo Cristo salva. Sin embargo, desconociendo la realidad esclavizada del hombre natural, proclaman que es el hombre quien decide, y que si el hombre no lo hace, Dios no puede salvarlo. ¡Que desaire para Dios! Pero, muchos dirán que la doctrina de la voluntad esclavizada desanima al hombre; le hace entender que no puede hacer nada para salvarse. Así es. Precisamente es esto lo que queremos lograr. “No por obras, para que nadie se gloríe.” Pero, dicen, “Si la gente escucha esta enseñanza, se ríe y, escandaliza por semejante creencia determinista, y se va. Hay que predicar de acuerdo con los prejuicios de la gente para no desanimarla. Más tarde, quizás, una vez dentro de la iglesia, podemos corregir errores si es el caso.” ¿Qué? ¿Hemos de enseñar errores para que la gente llegue a la verdad? ¿Es así como supuestamente honramos al Dios, el que no puede mentir? Por amor al pecador, ¿hemos de esconder la verdad? ¿No debemos más bien hablar la verdad en amor? ¿Es amor hacia el pecador dejarlo confiando en sí mismo, aunque sea en parte? Pero, otra vez, lo peor es ofender al autor de la salvación negando que Él sea auténticamente el autor. Le hemos quitado su gloria en el afán de lograr la salvación del hombre, diciendo que Dios no salva a quien Él quiere salvar, sino sólo a aquellos que le den permiso para salvarlos. ¿Qué dice Romanos 9:15,16? Porque Él (Dios) dice a Moisés: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y tendré compasión del que yo tenga compasión. Así que no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Gracias a Dios, porque cuando no quisimos, Él, sí, quiso, y tuvo misericordia de nosotros, dándonos vida cuando aún estábamos muertos en delitos y pecados. ¡Gracia sobre gracia!

En resumen, como ya hemos insinuado arriba, nuestro tema no es de poca importancia.

1. Si el hombre es libre para escoger su destino, luego anulamos la necesidad de Cristo y su cruz y del Espíritu Santo, santificador.

2. Negarnos la majestad de Dios al atribuir al hombre independencia de Dios y la capacidad de echar a perder sus propósitos.

3. Llevamos al hombre a confiar en poderes y derechos que no tiene, y en muchos casos, a confiar en una decisión que no ha llevado a nada.

4. Destruimos la base de la confianza en las promesas y las amenazas de Dios. Esto lo miramos en la cita de Lutero arriba.

Recomendación del libro “la voluntad determinada”, por Martín Lutero (Que el libre albedrío es nada)

Sí, es un libro para animarnos tremendamente en medio de las inseguridades del momento, porque el libro básicamente habla de Dios, el Dios que hace su voluntad, que actúa en todo según ella, y que así da a la fe un fundamento absoluto. ¡Qué libro más bueno para fortalecerlo a uno en la lucha con la incredulidad! Pero, al hablar de Dios, habla del Dios de gracia, la iniciativa divina para el rescate humano. Y, por ser de Dios, esta gracia también es algo absoluto; no dependiente del hombre; es de Dios, y, por lo tanto, segura, absolutamente segura. No es por obras. El libro de Lutero es un cántico de alabanzas al Salvador por razón de la libre majestad de Dios y su elección de gracia.

A la vez, el libro hace ver el dilema del hombre. Él no es libre, y allí está la explicación del fracaso de las ideologías y demás esfuerzos humanos para salir del laberinto y del pantano de sus idolatrías, odios y suciedades. “La carencia de libertad del albedrío es señal de su condición de criatura.”, p. 24*

Lutero hace algunas declaraciones radicales. Demasiado radicales a veces, quizás. Es más radical que Calvino en su manera de afirmar las mismas cosas que Calvino afirma. Sencillamente lo que Lutero dice es que el hombre no contribuye y no puede contribuir nada ni a su justificación ni a su santificación. Y la razón es que su ser es de tal forma esclavo a la voluntad de Dios, y ahora, por razón de la caída, al pecado, que le es imposible querer lo bueno, lo bueno hablando espiritualmente, por iniciativa y poder suyos.

El hecho de que la controversia entre Lutero y Erasmo en cuanto a la condición verdadera del hombre ante el tribunal del Dios santo, y en cuanto a la parte de Dios en la salvación sigue aún en nuestros tiempos, indica con qué sordera vivimos ante la historia de la doctrina. Cada generación vuelve a dudar lo que Lutero enseñó, y lo hace sin saber que está dudando de su enseñanza, y sin saber que lo que duda ya ha sido ampliamente y bíblicamente defendido por una mayoría de los grandes y a la vez piadosos pensadores cristianos, desde el siglo 16 para acá. No han oído hablar a Lutero. Ni saben que ha contradicho el tema que ellos aceptan como ortodoxia, sin posibilidad de ser cuestionado. Es una ignorancia inocente y sincera, pero no menos dañina por ser inocente.

Hay que entender el concepto de Dios que Lutero presenta, pp. 210,211, para entender lo demás que dice, un concepto por cierto bíblico. Sólo Dios tiene libre albedrío; sólo Él puede y hace todo lo que quiere en el cielo y en la tierra. Atribuir al hombre aun la posibilidad del libre albedrío es atribuirle la divinidad misma. De esto se ha desarrollado lógica e ineludiblemente el ateísmo moderno en todos sus matices, p. 22.

Según Lutero, Dios es el que impulsa tanto al cristiano como al no cristiano, o en lo bueno o en lo malo, 1 Co. 12:6 ...Es el mismo Dios el que hace todas las cosas en todos. No hay nada independiente de Dios y de su voluntad, una voluntad secreta desde nuestra perspectiva muchas veces. En todo esto, conocemos al Dios escondido. El soberano que obra lo que a nosotros nos parece contradictorio. Es Él quien obra todo, y, sin embargo, obramos también, aunque lo que obramos, lo obramos por Él, pero por Él, de tal manera que si bien Él obra, nosotros somos responsables de lo malo —o de lo bueno— que hacemos. pp. 24,25.

¿Cómo vamos a pensar que el tema ha sido abundantemente resuelto si tomamos precisamente el punto de vista contrario al de Lutero? p. 14. El hecho de la redención que Cristo llevó a cabo no tiene explicación, sino en el hecho de la imposibilidad total del hombre para salvarse. Pecado-Gracia.

Lo que Erasmo no quería permitir era que Lutero hiciera aserciones, p. 40. Y hoy día la situación es igual, es decir, que pocos aguantan aserciones, dogmatismos, porque han sucumbido al pensamiento moderno de que toda creencia es legítima si da resultados positivos en el momento. El dogmatismo es rechazado por todas partes. Claro está, el dogmatismo, cuando trata de errores, es altamente perjudicial. La cuestión es si la Biblia misma hace aserciones. Para Lutero, p. 26, dogma, Escritura, y Cristo forman un conjunto inseparable. Lo que les interesa a muchos ahora, por encima de toda otra cosa, es la paz. A cada rato nos dicen que estamos peleando por “estupideces y cosas inútiles”, lo que Erasmo pensaba en cuanto a la posición de Lutero, p. 42. Para muchos, existe un supuesto divorcio entre el dogma y lo práctico —como si uno pudiera tener práctica sin la verdad como base.

Razones para que cada uno lea este libro:

1. Para conocer a Dios.

2. Para conocer el evangelio.

3. Lutero presenta la doctrina de la esclavitud de la voluntad de una manera conmovedora, sin acomodaciones, sin contemporizaciones, con lenguaje fuerte y desafiante, de manera dogmática, obligante.

4. Captamos el pensamiento de uno de los más grandes doctores de la iglesia. En este asunto, todos los reformadores estaban de acuerdo.

5. Es un desafío a la autonomía humana, los derechos humanos mal enfocados, el pluralismo, el humanismo, el relativismo.

6. La exposición de varios textos bíblicos que son de controversia. Toda luz que podamos recibir sobre el texto divino es bienvenida.

Debemos leerlo pese a que:

1. Se trata de una controversia del siglo 16. Sin embargo, los contrincantes son prototipos de los que encontramos en la actualidad.

2. Habla de “necesidad”, algo negada por todos lados actualmente.

3. Repite lo mismo una y otra vez. En esto mismo está una buena parte del provecho del libro, pues, por lo regular oyendo la verdad una sola vez no basta.

4. El estilo y el vocabulario son difíciles. Pero, nuevamente, allí aprendemos, y somos obligados a ir despacio y de esta manera profundizamos más en el tema.

5. El tono es áspero. Es una advertencia a cuidarnos de las controversias, pero a la vez, sirve para mostrar que para Lutero el tema era de mucha importancia.

De muchísimo valor en la edición del libro de Lutero preparado por Editorial La Aurora de Buenos Aires, son las introducciones, la histórica, la teológica, de cada capítulo.

 

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