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Faraón y sus ranas

Una rana verde, de lado, sobre arena

Y él dijo: Mañana. Y Moisés respondió: Se hará conforme a tu palabra, para que conozcas que no hay como Jehová nuestro Dios.” Éxodo 8:10 (Foto: wiki commons)

¿Las ranas te producen una impresión desagradable? Bueno, si eres valiente es incluso posible que no te inquiete compartir habitación con uno de estos fríos y húmedos anfibios, pero estoy totalmente seguro de que cambiarías de opinión si ves que se trata, no de una rana, sino de cientos, miles o millones de ellas saltando a tu alrededor y posando sobre tu cabeza.

El contexto del versículo de hoy es que Egipto se encontraba literalmente cubierto de ranas, las cuales habían invadido las casas y los campos, llegando incluso hasta Faraón, todo lo anterior como consecuencia del juicio que Dios había traído en forma de plaga sobre Egipto, debido a su obstinada resistencia a dejar al pueblo israelita en libertad.

Pero, muy pronto, el tema de las ranas los condujo a la desesperación, por lo que Faraón, en una aparente muestra de rendición “…llamó a Moisés y a Aarón, y les dijo: Orad a Jehová para que quite las ranas de mí y de mi pueblo, y dejaré ir a tu pueblo para que ofrezca sacrificios a Jehová.” (Éxodo 8:8), a lo cual Moisés respondió: "…Dígnate indicarme cuándo debo orar por ti, por tus siervos y por tu pueblo, para que las ranas sean quitadas de ti y de tus casas, y que solamente queden en el río." (Éxodo 8:9).

Ahora, por un momento, ponte en los zapatos llenos de ranas de Faraón y piensa ¿qué habrías respondido tú ante el ofrecimiento de Moisés? Muy probablemente habrías respondido: "Ora ya y quítamelas de encima ahora mismo" ¿Verdad? Pero, a cambio de eso, ante la pregunta de cuando quería que las ranas le fueran quitadas, Faraón simplemente respondió: “Mañana”... ¡Mañana! ¿Puedes creerlo? Faraón prefirió someterse a un día más de plaga, antes que pedir humildemente pronto auxilio de Dios.
Y bueno, a esta altura podríamos juzgar de inmediato a Faraón de ser un orgulloso atípico... Pero, la verdad es que no hay nada de atípico en Faraón... así somos todos... esto es lo característico de todo corazón humano, que de nacimiento se resiste a reconocer su pecado y a buscar con humildad la misericordia y pronto rescate de Dios. Por esta razón muchas personas naturalmente piensan: “Yo aún no creeré porque aún deseo seguir haciendo varias cosas que la Biblia prohíbe... Yo aún quiero seguir conviviendo un poco más con los juicios de Dios, y sí, es cierto, me lastiman las consecuencias de mis pecados y las huellas indelebles que dejan en mi pasado, pero yo aún deseo pasar tan solo un día más con mis ranas, y a partir de mañana, seguro creeré.”
Sin embargo, las cosas lamentablemente no funcionan así; de Faraón podemos aprender que a pesar de que Dios le perdonó la vida, luego de diez plagas, éste siguió endurecido en su corazón hasta que al final sucumbió cubierto por las aguas del Mar Rojo, sin más oportunidad de arrepentimiento.

Nuestro contexto actual, en el cual estamos sufriendo, igual que Egipto, los estragos de una plaga, es una excelente oportunidad para reflexionar, no en la plaga, sino en nuestros pecados y en la necesidad que tenemos de acudir a Dios buscando su paz, orando además, no tanto porque las ranas nos sean quitadas de encima, sino porque muchos en este tiempo vengan a los pies de Cristo para salvación. Para lograrlo es preciso que, anunciemos el Evangelio... No esperemos a que la pandemia cambie a las personas, pues así como las diez plagas no fueron capaces de transformar el corazón de Faraón, el Coronavirus tampoco lo hará con ningún hombre hoy, pues el único que salva y transforma es Jesucristo... ¡Anunciemos Su Nombre con urgencia!... Porque la verdadera pandemia se llama pecado, y este es un virus que mata, no solo el cuerpo, sino también el alma por toda la eternidad.

 

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