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7 - La reforma incluye cosas que no entendemos

la reforma incluye cosas que no podemos entender

La fe reformada está envuelta en misterio; recibimos por fe la base misma de este sistema doctrinal. Sin embargo, el sistema es consistente, es decir, permite nuestra comprensión, para el disfrute consciente y útil de la verdad. (Foto: DragonWoman/Flickr)

 

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A primera vista, el sistema podría parecer negativo, porque qué beneficio tendría para uno un sistema que no se puede comprender. Pero, mirándolo mejor, es precisamente el hecho de esta realidad, la única, la de Dios, la del Dios infinito, eterno, e inmutable en todas sus virtudes, la que borra las limitaciones que habría si la razón humana fuera el límite de lo que puede ser. ¡Qué bueno, qué glorioso, qué descanso trae la realidad de la existencia de Dios, obrando incomprensiblemente para nosotros, pero según su comprensión sabia e infinita en todo su ser y en todas sus obras!

La fe reformada, al insistir en el hecho de este Dios, nos libra, para disfrutar y esperar más allá de lo que podemos comprender. Es decir, no hay nada imposible para Dios; no hay nada que Él no controle; no hay nada que Él no programe. Él es la explicación de todo.

Lo que determina nuestra creencia, es decir, la fe reformada, no es el entendimiento humano, sino más bien la Biblia. Dios mismo, con ella, declara cómo son las cosas, y nuestro privilegio es ponernos de acuerdo, y estando de acuerdo, empezamos a pensar y vivir en armonía y regocijo con Su declaración. Y donde permanezca el misterio, aceptamos.

Toquemos, por ejemplo, el tema de la soberanía de Dios, en relación con la libertad humana. El ser humano es auténticamente libre en lo que hace, aunque claro, es libre para actuar y pensar acorde con lo que es (un ser humano), y acorde con el ser humano específico que cada uno es. No obstante, todo lo que hace y piensa fue predeterminado, pre programado por Dios. He aquí, en lo que acabo de escribir, tenemos una increíblemente satisfactoria declaración de la realidad que es exactamente lo que queremos: libertad y seguridad. ¿Entendemos cómo pueden ser ciertas ambas afirmaciones? No, no entendemos, pero no importa si entendemos o no. Así son, y gozamos porque así es.

Los hermanos de José, libremente, vendieron a José a Egipto. ¡Terrible! Casi matan de tristeza a Jacob. Pero no fueron sólo los hermanos de José quienes lo enviaron para Egipto, sino Dios, Génesis 45:4-8. Dios lo hizo para que Jacob no muriera, y para que esos hermanos criminales no murieran de hambre tampoco. Eran ellos que, obrando mal, hicieron que sucediera lo que Dios quería que sucediera, la salvación de la nación de la cual vendría el Mesías, el Salvador. Dios lo quiso así. Pero no fue sólo Dios quien lo hizo; fueron los diez hermanos. Fue la voluntad de Dios, pero castigó duramente a los hermanos por haberlo hecho. ¡Qué maravilloso es Dios y el programa que Él lleva a cabo!

¿Hay misterios en esto? ¡Claro que los hay! Pero no busque entenderlo todo, más bien regocíjese en la salvación de Dios. Tema delante de este Dios. Egipto sufrió más que los hermanos, sin duda. Pero, Dios para esto mismo levantó a Faraón; lo hizo para mostrar así su gloria, Éxodo 9:16-35. Otro que sufrió fue de quién Pedro habló, y quien también fue maltratado por pecadores: al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella. Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, Y aun mi carne descansará en esperanza; Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción. Me hiciste conocer los caminos de la vida; Me llenarás de gozo con tu presencia. (Hechos 2:24-28)

Lloramos las tristezas de los acontecimientos malos, pues, pero también lloramos de gratitud. Fue Dios quien quiso que Cristo muriera por los pecados de su pueblo, y que muriera a mano de criminales. Dios quiso quebrantarlo (Isaías 53). ¡Evangelio!

No queremos perder ni la libertad y ni la seguridad. Si fuera el caso, de una parte, el hombre no sería auténticamente humano; de otra, Dios no sería Dios.

Es por esto que conmemoramos los 500 años de la Reforma Protestante.


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