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Los frutos de la elección divina

Los frutos de la doctrina de la elección divina

¿Cómo corregir las deficiencias al interior de la Iglesia? Allí está lo difícil, especialmente en cuanto a una respuesta unánime al problema. Unos dicen: Fijar metas. Crear células. Música. Señales. Amor. Alabanzas. Doctrina. Palabra de fe. Oración y ayuno. Evangelismo explosivo. Lenguas. Guerra espiritual. Etc. Etc. Etc. Yo digo... (Foto: James Gaither/Flickr)

 

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Los frutos de la doctrina de la elección divina

Cada cual tiene su parecer sobre la situación actual de la iglesia. Algunos, pocos probablemente, dirían que todo anda a las mil maravillas. Otros reconocen que hay que mejorar mucho. ¿Cómo corregir las deficiencias? Allí está lo difícil, especialmente en cuanto a una respuesta unánime al problema. ¡Qué variedad de prescripciones se escriben sobre el tema! Fijar metas. Crear células. Música. Señales. Amor. Alabanzas. Doctrina. Palabra de fe. Oración y ayuno. Evangelismo explosivo. Lenguas. Guerra espiritual. Etc. Etc. Etc.

¿La idea mía? Más del evangelio. Claro, el evangelio predicado en el poder del Espíritu Santo, pero no como una cosa esotérica, con aditivos de toda clase, sino sencillamente el evangelio en su totalidad, en toda la verdad de lo que es, con sinceridad, con corazón recto, buscando la gloria de Dios. ¿Califico entonces como malas todas las otras sugerencias? No necesariamente. El asunto es que esas cosas sin el evangelio no conducen necesariamente a Cristo. Aun los calificativos míos, los de predicar el evangelio con sinceridad, con corazón recto y con motivaciones puras, si la confianza está en ellos y no en Dios, tampoco son la respuesta que buscamos. El evangelio es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. Pablo propuso, en su visita evangelística a Corinto, no conocer entre ellos...cosa alguna sino a Jesucristo, y a él crucificado. Claro, hay que tener cuidado, pues hay otros evangelios y otros cristos (2 Co. 11:4) que no son el verdadero. Obviamente tales evangelios y tales cristos no son la respuesta a la debilidad y a la deformación de la iglesia.

La elección divina la hemos definido así: La elección, según la Biblia, es la determinación eterna de Dios por la cual Él, en su soberano beneplácito, sin tomar en cuenta ningún mérito previamente visto en los hombres y sin requerir el cumplimiento de condición alguna, eligió a un cierto número de ellos para que recibieran su gracia especial para justificación, santificación y vida eterna, y esto en y por medio de Jesucristo.

 

Los frutos de la doctrina de la elección divina

Como toda doctrina bíblica, la elección divina también es útil, sumamente útil. Fíjese en los frutos que detallamos a continuación:

 

1. Gratitud para santidad. Para que fuésemos santos... Ef. 1:4. La santidad indica nuestra separación de lo común y personal para servir a Dios:

a. En culto — Fíjese en Ef. 1:3; 2 Te. 2:13; 1 Te. 1:2-5, Ap. 7:9,10, textos en los cuales los autores, pensando en la elección, expresan su admiración de Dios y su agradecimiento hacia Él.

b. En amor — 1 Jn. 4:19,10. El amor eterno de Dios hacia los suyos, con prioridad al amor de ellos para con Él, es la fuente de este. Dios los amó con amor eterno, Jr. 31:3.

c. En obediencia — Col. 3:12; Dt. 4:37; 7:6-11; 10:15. La motivación, podríamos decir, la exigencia de esta obediencia, lo que la vuelve imperiosa, es el hecho de que Dios había determinado hacer suyo un pueblo que no lo merecía en ningún sentido.

d. En apego a Dios — la inclinación constante del escogido es querer estar en su presencia. Miramos a Él, no a nosotros mismos, y estamos contentos. Fíjese en Sal. 139:18 y 73:25. Este deseo de manera especial lleva al elegido a pasar mucho tiempo

• En la Palabra, escuchando la voz de su muy Amado.

• En la oración, con deleite manifestando su dependencia en Él.

 

2. Reverencia. ¿Cómo puede ser de otra manera cuando todo depende de Él? Ro. 11:36; Sal. 31:14-16. Dios es reconocido como Dios — en todo. He aquí la fuente de lo que es el verdadero temor de Dios.

 

3. Humildad. La jactancia no puede ocupar la misma banca con la elección divina. (1 Co. 1:31; Ef. 2:8,9). La autoestima desaparece ante la obvia realidad de la falta total de méritos ante Dios; uno reconoce que la autoestima no es sino el orgullo con un nombre moderno, una manera tremendamente equivocada de mirarse uno. No tiene lugar la envidia tampoco, pues Dios es el que hace distinciones (1 Co. 4:7). En el esquema de la elección divina, no cuadra la competencia, esa actitud de querer hacer más que el compañero para poder jactarse de uno mismo. Así es que dejamos de pelear con el prójimo. La depresión no es sino otra forma del orgullo, y como tal no puede subsistir con la elección divina, pues ¿cómo puede uno ponerse triste cuando es Dios el que elige el destino de uno y todo el camino hacia él? Todo se debe a la gracia. En esta enseñanza bíblica, escapamos del “yo”. Miramos a Dios más bien, no buscando nuestra gloria y bienestar, sino la de Dios.

 

4. Razón de evangelizar. Siendo el ser humano muerto en delitos, endurecido, y enemigo en su mente con malas obras, ¿qué esperanza había de que creyera si Dios no hubiera resuelto salvarlo? Piense en la experiencia de los profetas y apóstoles, y de Jesucristo mismo en el sentido de que no convencieron ni con la piedad ni con la elocuencia. Pero, ánimo, pues la Palabra de Dios no se vuelve vacía, y Cristo tendrá todos aquellos que el Padre le ha dado, Jn. 6:37; 17:2,6,11, etc. Hch. 18:9,10 narra la manera cómo Dios animó a Pablo en la evangelización en Corinto. Pues Dios le reveló que tenía mucho pueblo en Corinto. Pablo siguió su trabajo sabiendo que su esfuerzo allí, aunque parecía estéril, no lo sería. ¿Para qué evangelizar si Dios no ha resuelto salvar, si no ha determinado vencer toda oposición de los pecadores esclavos en el pecado? Ni los sermones más poderosos, ni las razones más lógicas, ni el ejemplo más brillante, ni las señales más destacadas, cosas útiles todas ellas, pero impotentes para hacer que los pecadores vivan, sino que la salvación es de Dios, Sal. 3:8.

La salvación depende de Él. La cuestión no es dejada a la voluntad caída y esclava humana, sino a la gracia vencedora de Dios.

• Por lo tanto podemos y debemos orar con confianza, porque Dios va a salvar a muchos, y ordenó la oración como medio para cumplir su deseo.

• Por lo tanto, podemos y debemos predicar, siendo la evangelización el medio que Dios ordenó para cumplir su propósito de recoger para sí mismo un pueblo santo, y sabemos que Él bendecirá los medios para cumplir este propósito.

 

5. Confianza y seguridad. Dios ha puesto su amor sobre nosotros por razón de su amor, su voluntad y su gracia (Ro. 8:33ss; Is. 49:7; Sal. 36:7,8 y muchos otros parecidos. La mayor misericordia es la de habernos elegidos al comienzo). No fue por algo en nosotros, algún mérito. Si nos escogió cuando estábamos sin méritos, nos guardará sin méritos, aunque su gracia siempre conduce a la santidad. No depende de nosotros mantenernos dentro de la gracia. Nada me puede separar del amor de Dios. Dios disciplina a los suyos por su pecado, pero sus pecados ahora no hacen que Dios los ame menos (Véase Ez. 16:1-8. Los versículos siguientes al 8 parecen indicar como si Dios hubiera rechazado a su pueblo elegido, por razón de su pecado, pero mire Sal. 78, todo el salmo, con énfasis especial en el versículo 67. Sal. 106:43-47 enseña otra vez que Dios, pese al pecado de su pueblo elegido, por gracia lo preservó. Dios sin duda castigó a los malos, pero cumplió su promesa, y mantuvo en santidad al remanente escogido por gracia, Ro. 11:4,5. No todos los que descendían de Israel eran israelitas. La elección no da lugar para la presunción si es que una persona vive en el pecado, pero tampoco resta seguridad a los que por la gracia de Dios perseveran en amor a Dios).

Dios siempre da lo menor. No hay temor de perder algo bueno como si uno supiera escoger mejor que Él. Sal. 47:4

Esta seguridad crea valentía. Nada puede dañar al creyente y nada puede impedir el cumplimiento de los propósitos divinos (Ro. 8:28-30). En esta confianza, uno puede seguir adelante pese a los peligros y amenazas. Si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros?

 

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